Ed Wall | Gemma Andreu

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Un sábado del mes de octubre, cuando Ed va a desayunar al lugar que acostumbra en Ciutadella, se encuentra con que le han dejado un recado. Un mensaje escrito por una persona que hace años había celebrado su cumpleaños en la hamburguesería que regentaba, el Funky Junkie, y no lograba localizarle para saber qué era de su vida. Parece una simple anécdota, pero sirve para hacerse una idea de la simpatía que despierta en Ciutadella la figura de un personaje que llegó a la Isla hace ya tres décadas. La de Ed no es una vida cualquiera, da de sí para una novela, y si al final la escribe, tal y como le anima su familia, «menos Facebook y más escribir», le dicen, a buen seguro sería una obra interesante. Historias y anécdotas no le faltan.

¿Cómo vino a parar a Menorca?
—Estaba en Madrid trabajando para una compañía de coches de alta gama: era una época en la que estaba un poco loco, y un buen amigo me dijo que tenía que ir a Menorca; en principio dije que no, pensando que se trataba de Mallorca. Pero al final me animé, y el día que aterricé en la Isla, el 23 de septiembre de 1985, no había nadie por la calle, pero me di cuenta de que podría ser un buen sitio para vivir. Lo segundo que vi fue a ella (señala a su mujer), Lali. Y fue en ese momento en el que mi vida empezó de nuevo junto ella. Lo mejor de todo es que Menorca me dio la posibilidad de conocerla. Ella me hizo un rey y me ha cuidado. Salvó mi vida

Se quedó por amor, pero había venido por motivos laborales...
—Sí, en la base americana de S'Enclusa, en Ferreries. Por aquel entonces ya no era militar, era civil. Allí trabajé como jefe de cocina. No tenía que cocinar, pero sí me encargaba de que todo funcionara de forma que la comida llegara a la mesa. Un trabajo muy fácil. Éramos unas 30 personas.

Pero en realidad es conocido por otra profesión, por haber montado una hamburguesería de éxito.
—Sí, pero hay que decir también que por ese negocio robé a mi esposa, que es profesora, diez años de su vida. El éxito hay que atribuírselo a Lali y su familia. Empezamos en la Plaça Nova, y hay que reconocer que tuvimos mucha suerte porque conocía a mucha gente relacionada con el mundo del baloncesto, del Barcelona y el Joventut. Un día vino Epi con unos amigos a la hamburguesería, y tras ellos llegaron todos los niños de Ciutadella que querían ver a las estrellas. Aquello cambió todo. Eso es lo que explica el éxito. Con el tiempo, luego nos trasladamos a otro establecimiento del puerto.

¿Se sintió bien acogido?
—Sí, absolutamente. También en Eivissa, donde vivimos durante algunos años. Nunca he tenido ningún problema ni me he sentido discriminado. Con el paso del tiempo, y todas las experiencias que he vivido, he aprendido a respetar a todo el mundo; todos somos iguales.

Y echando la vista atrás, ¿qué recuerdos tiene de su vida en Filadelfia?
—Nada bueno. Era un joven algo problemático. Cuando tenía 16 años me vi involucrado en una guerra de pandillas, y dos de mis jefes murieron. Yo resulté herido, pero al día siguiente busqué a la gente que pensé que era responsable con la intención de acabar con ellos. Me detuvieron, y llegué ante la que fue la primera juez negra de Estados Unidos; ella me dio dos opciones, enrolarme en la Armada o ir a la cárcel.

Y así llegó al ejército.
—Sí, coincidiendo justamente con el día de mi cumpleaños...

Y eso, con el tiempo, le condujo a la guerra de Vietnam...
—Sí, estuve en tres etapas, en 1965, 1969 y 1972...

Y sin tener mucha vocación, al alistarse casi por obligación, ¿cómo fue esa experiencia?
— (Silencio) Es difícil de explicar. En realidad mi mente seguía estando en Filadelfia y mi única intención era ganar dinero, y en Vietnam se podía hacer. No fui a Vietnam a matar comunistas (ríe). La verdad es que no tenía demasiadas opciones por aquel entonces. Mientras estuve allí trabajé en una piscina, en Saigón, y mi trabajo como instructor era enseñar a los soldados americanos técnicas para que no los mataran en el delta.

¿No tuvo que empuñar un arma y disparar?
—Sí, en ocasiones. Pero pocas veces. En la segunda y tercera etapa sí que entré en batalla. Ahora puedo decir que estoy en contra de todas las guerras. Para poner un buen ejemplo, Estados Unidos está pensando en meterse en Oriente Próximo, y yo digo de forma rotunda que no. La gente en esa zona lleva luchando desde hace siglos, y eso no lo podemos cambiar.

Y después del Vietnam...
—Cuando regresé a Estados Unidos estuve trabajando en Misuri durante un tiempo como instructor en el ejército para los soldados que se incorporaban a filas. Me convertí en oficial y en 1972 me dieron la oportunidad de quedarme o salir del ejército con 30.000 dólares... escogí la segunda opción. Fue entonces cuando me trasladé a Alemania y con unos amigos empecé a abrir hamburgueserías.

Así que también paró por Alemania...
—Una de las cosas más importantes que me han pasado en mi vida fue allí, donde estuve en la cárcel por no pagar impuestos. Cuando me soltaron, me preguntaron a qué país quería ir, y dije que Bélgica. Mi novia en aquella época me ayudó a buscar un lugar en el que vivir en la ciudad de Mons. Allí conocí a un tipo llamado Marvin Gaye...

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¿El cantante?
—El mismo. Así, que cuando me soltaron volé desde Munich a Bruselas, y allí, en el aeropuerto, me encontré a un hombre con un cartel que ponía "Ed Wall". Me dije a mí mismo que me sonaba su cara... Era Marvin Gaye y un amigo consiguió que trabajara para él; mi misión era cuidar de él y conseguir que se mantuviere alejado de las drogas, ya que tenía un problema. Y durante todo el tiempo que pasamos juntos, estuvo limpio. Recuerdo que teníamos reservado un vuelo a Estados Unidos para celebrar su cumpleaños, y el día antes nos llamaron para que no voláramos porque había muerto...

Cambiamos de continente. ¿Su hijo vive actualmente en Estados Unidos?
—Desafortunadamente para mí, sí; mi hijo Mikey, de 22 años, vive en Colorado, donde trabaja y estudia en la universidad. Tengo que decir que no me gusta mucho cómo es la vida actualmente en Estados Unidos, están un poco locos. Mi hija Sofía, de 26, está un poco más cerca, trabaja en San Sebastián. Son dos bellas personas. Mi hijo tiene la oportunidad de vivir una vida mejor de la que yo he disfrutado, si exceptuamos mis últimos treinta años aquí. La seguridad es mucho mejor en España que en Estados Unidos. Aquí no ocurre que alguien entre en una escuela y se líe a tiros...

Allí la Constitución, en su segunda enmienda, recoge el derecho a llevar un arma...
—Cuando tenía solo 13 años construí con mis propias manos un arma. Con madera y gomas, un clavo y una bala. Esa fue mi juventud en América. ¿Y por qué razón? Porque teníamos que ir contra los otros chicos tan solo porque vivían al otro lado de la calle. Esa era la locura que teníamos en nuestras cabezas. Perdí dos buenos amigos porque éramos estúpidos... Eso esta mal. ¿Por qué se mata la gente entre sí?; No se mata por Dios, eso es una mentira, pero algunos quieren creerlo.

Y hablando de su país, ¿qué me dice de Obama? Son muchos los que dicen sentirse decepcionados. ¿Usted también?
—A mi juicio, Obama lo ha hecho perfecto; bueno, casi perfecto, porque tenemos 3.500 personas todavía en Irak, y yo no quiero a nadie allí. Obama está bien, lo que no me gusta de Estados Unidos es el Congreso, que no trabaja por la gente si no por sus propios intereses. Puede que la gente esperara más de Obama, pero es imposible hacer cosas cuando los republicanos lo bloquean todo. Eso me enfada.

En algo más de una hora que duró la entrevista en una esquina de la Plaça des Born, a cuyos establecimientos llama jocosamente su oficina, fueron más de una docena de personas las que se pararon a saludar a Ed y Lali. Una de ellas, le pregunto cómo se encontraba: «Vivo, bien; bueno, pobre, gordo y feo y viejo», fue la respuesta seguida de una sonora carcajada.

Y siguiendo con la política, ¿qué le parece la perspectiva de que un personaje como Donald Trump pueda convertirse en presidente?
—Es un payaso; no hay nada más que decir.

Le veo muy al día en el tema político de su país... ¿Qué me dice del deporte?
—Sigo bastante el fútbol americano, el baloncesto y, sobre todo, el lacrosse... aunque es algo difícil de ver desde aquí.

¿Va mucho por estados Unidos?
—(Risas). La última vez que fui fue en 1983; mi mujer sí que va cada año. No reniego de mi país, pero no me gusta. Estoy loco por Estados Unidos, pero lo que veo que hacen no me gusta. Lo más importante para mí es que no haya guerra.

¿Y por la base de S'Enclusa ha vuelto?
—Una vez, para hacer una entrevista con IB3. Solo a las puertas. Yo ya le dije en su día al alcalde de Ferreries, Biel Martí, que había que hacer allí algo para los niños y la juventud... Es una pena.

Y de Menorca, ¿qué es lo que más le gusta ?
—Tenemos las mejores mujeres de todo el mundo (ríe).

Si tuviera que poner un título a su vida de novela, ¿Cuál sería?
—Nunca lo he pensado. Podría estar relacionado con la primera vez que salí de Filadelfia con destino a Carolina del Sur y pararon el tren en la línea Mason-Dixon... Ese es un momento importante en mi vida como persona... Entre Pensilvania y Maryland había una línea que, cuando se cruzaba tenías que estar en un tren especial solo para negros o para blancos. Eso fue en 1959 y comenzamos a luchar sin parar hasta que en 1964 se aprobó la Ley de Derechos Civiles. Pero insisto, lo más importante es que sin mujer no hubiera sido nadie en la vida. Todo el mundo necesita a alguien que te ponga en el buen camino, y ella lo hizo por mí y yo estoy agradecido.

Lo estará también, supongo, a la persona que le dijo que viniera a Menorca.
—Sí, él murió en la Guerra del Golfo. Es una lástima.