Estilo francés. Karine visitó la Isla por primera vez en 1986 y se vino a vivir en 2000 | David Arquimbau

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No es la primera isla en la que vive, pero todo apunta a que ésta, a la que llegó hace ahora 15 años, es la definitiva. Aunque cuando se habla de personas aventureras, como Karine Lemiere y toda su familia, nunca se sabe. El destino la trajo un buen día hasta Menorca, donde confiesa que se siente perfectamente integrada, y como presidenta en la Isla de la Unión de los Franceses en el Extranjero, trabaja para que sus compatriotas también se sientan bien acogidos y apoyados en todo lo que necesiten.

Una francesa viviendo en Sant Lluís, la ciudad más francesa de Menorca. ¿Qué le trajo por estos lares?
— Yo ya conocía la Isla de cuando era más joven y viajaba por el mundo con mis padres y mi hermano en velero. Recorrimos todo el Mediterráneo y en una ocasión recalamos en Menorca, creo recordar que fue en 1986. Después conocí al que ahora es mi exmarido, en París, y sus padres tenían una casa de veraneo en Sant Lluís. Y en un momento dado de nuestra vida decidimos venir a vivir aquí, en el año 2000.

¿Qué impresión le produjo la Isla cuando la vio por primera vez?
— Me pareció un encanto. Siempre me ha gustado mucho el campo. Venía de París, donde estaba por cuestión de estudios... Pero antes de esa etapa también había vivido en el Caribe, en Guadalupe y Martinica. En una ocasión cruzamos el Atlántico en velero y nos instalamos una temporada en la Guayana francesa. Y luego nos movimos de isla en isla... Estuvimos viviendo por allí unos cuatro años.

Una familia un tanto aventurera...
— Totalmente. Mis padres luego dejaron el barco un poco de lado, y ahora están recorriendo México en furgoneta. Después tienen planeado moverse por Estados Unidos, son muy viajeros. Pero volviendo a Menorca, lo que me gustó de la Isla es el campo, el mar y la naturaleza. Cuando vinimos a vivir aquí teníamos una niña de un año y medio, y nos pareció un buen lugar para que creciera.

¿Y a qué se dedicaban profesionalmente?
— Montamos un restaurante, que todavía lleva mi exmarido, El Caragol.

Y su hija, nacida en Francia pero crecida en la Isla, ¿de dónde se siente?
— Ahora tiene 18 años y desde hace dos vive en París, donde está estudiando. Al principio se sentía más menorquina, y al llegar a la adolescencia, más francesa; ahora es una mezcla de las dos cosas. También tiene unos lazos muy estrechos con Sevilla, donde su padre tiene mucha familia, por lo que se siente además un poco andaluza.

¿Cómo fue su adaptación a Menorca?
— No dominaba el idioma, y al principio no tenía mucha relación con la gente. Como casi todos los que trabajábamos en el restaurante éramos familia, casi siempre hablábamos en francés. Luego aprendí el castellano con el día a día, principalmente a partir de mi separación.

¿Y el menorquín?
— No lo hablo, pero lo entiendo. Aunque a veces me tengo que concentrar mucho para comprenderlo, ya que soy secretaria de una asociación de caballo español en la Isla, así que me he tenido que espabilar mucho con el tema del menorquín porque casi todo el papeleo y las reuniones son en esa lengua.

¿Su pasión por el mundo de los caballos es anterior a su llegada a la Isla?
—Sí, me viene de siempre. Cuando vivía en París era complicado, montaba solamente una o dos veces al año. Pero desde siempre me ha gustado mucho el mundo de los animales.

¿Aquí tiene caballo propio?
— Mi actual pareja sí que tiene muchos caballos. A mi hija siempre le ha gustado mucho también ese mundo, es una buena amazona, hacía salto y comenzó a cabalgar en las fiestas de Sant Lluís a los ocho años.

¿Y su madre cabalga en las fiestas?
— Sí, también, también. En las de Sant Lluís y en las de Maó.

Y ¿cómo vive una francesa unas fiestas tan tradicionales como las menorquinas?
— Pues las vivo como propias. Una vez que lo pruebas, te engancha. Es totalmente diferente conocer las fiestas a ras de suelo y subida a lomos de un caballo. No tiene nada que ver. Y claro, yo prefiero verlo desde arriba.

Después de 15 años viviendo aquí, ¿se siente un poco menorquina?
— Bueno, no sé qué decir. Me siento integrada, pero francesa igualmente. Mis raíces siguen ahí. Nací cerca de París, pero viví en el norte de Francia, el primer pueblo donde llegó el desembarco de Normandía. De hecho, la buldrafa que llevo en el caballo tiene el escudo del pueblo de mis padres. Yo he vivido muchos años fuera y he aprendido que hay que adaptarse a las costumbres de donde te instalas. Es una lección que he aprendido de viajar mucho con mi familia.

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Es la fundadora y actual presidenta de la asociación que agrupa a las personas francesas de la Isla. ¿Cómo surge esa iniciativa?
— En realidad sucedió un poco por casualidad. Quería mandar a estudiar a mi hija a Francia y me puse a buscar información sobre entidades que ayuden a los franceses cuando regresan a su tierra. Contacté en París con la Unión de los Franceses en el Extranjero y me propusieron abrir una delegación en Menorca, ya que aquí no hay vicecónsul desde hace unos años. Y la inauguramos el 17 de enero del año pasado.

¿Y cómo va la puesta en marcha?
— Pues bastante despacio. En realidad no se sabe bien cuántos franceses viven en Menorca, hay mucha gente que tiene casa solo de verano.

¿Cuántos asociados tiene la entidad?
— Unos 120, pero se estima que puede haber unos 600 franceses en la Isla.

¿Cuáles son vuestros principales objetivos?
— Sobre todo ayudarnos en todo lo que podamos, como por ejemplo en temas administrativos. Tener un punto de referencia. Ser un apoyo y enlace entre las personas de nuestra nacionalidad.

¿Hacen mucha vida en común?
— Nos reunimos el primer viernes de cada mes para hablar entre nosotros y poner algunos temas en común. Siempre aprendemos cosas y nos ayudamos mucho entre nosotros. Y además así tenemos la oportunidad de hablar francés, que es algo que a veces se echa de menos. En el futuro queremos intentar reunir a todas las familias que tienen niños para que también practiquen el idioma. La verdad es que tenemos mucho trabajo por hacer.

Los datos del aeropuerto dicen que la visitas de franceses prácticamente se doblaron el año pasado y parece que en el sector inmobiliario también se anima la compra de bienes por parte de clientes galos. ¿Está de moda la Isla en Francia?
— Sí, se ha hecho mucha promoción... Sé que el año pasado vino un equipo de televisión para hacer un reportaje sobre el tema de las fiestas en Maó. El programa de TV5 «Thalassa» también ha hecho reportajes. Los touroperadores, de igual forma, están trabajando mucho. Hay mucha gente que se siente tentada a vivir aquí, tanto familias con niños como personas mayores para retirarse. Creo que Balears en general es un buen destino para los franceses actualmente.

¿Cómo vivió desde lejos la tragedia de los atentados de París del pasado mes de noviembre?
— Pues con preocupación y mucho estrés, ya que mi hija vive allí. Cuando descubres lo que ha pasado y no responde al teléfono se te pasan muchas cosas por la cabeza.

¿Qué es lo que más valora de vivir en Menorca?
— Aquí yo he encontrado mi equilibrio. Tengo suerte de tener trabajo, estoy muy feliz con mi pareja y puedo disfrutar del mundo de los caballos. Me gusta mucho disfrutar del tiempo que paso mirando el mar y poner la mente en blanco.

¿Alguna pega que poner?
— La verdad es que no tengo pegas... Yo me suelo adaptar a todo. Puestos a decir algo, lo peor es la humedad (risas). No me puedo quejar... Aunque bueno, alguna conexión mejor para viajar a París para ir a ver a mi hija no estaría mal.

Supongo que aprovechará para otra actividad importante en su vida, la navegación...
— Pues no, la tengo totalmente abandonada. Durante una temporada tuve el barco de mis padres aquí, pero ya no. Era un velero pequeño, con casco de aluminio y diez metros de eslora. Lo construyó mi padre con sus propias manos y la ayuda de mi madre en el garaje de casa.

¿Viajaban solo en verano?
— No, durante todo el año. Al principio mi padre quería viajar por la zona de Egipto, pero como éramos demasiado pequeños decidieron cambiar de ruta y se decantaron por el Mediterráneo. Había ahorrado dinero y un día desde Normandía nos fuimos a vivir al sur de Francia, y desde allí zarpamos.

¿Y los estudios?
— En el sur de Francia iba al colegio, y después por correo. Algo parecido a la universidad a distancia. Teníamos un amigo en París al que le informábamos dónde íbamos a estar cada fecha de una forma aproximada y nos mandaba los materiales.

Pues vaya plan de vida más bonito...
— La verdad es que sí. He disfrutado mucho. Creo que ha sido una gran escuela de vida.

¿Ha heredado el espíritu aventurero de la familia o ha encontrado su lugar en el mundo?
— Creo que yo ya encontré mi sitio.