Martina Berg siempre ha tenido una relación especial con el tenis. | Josep Bagur Gomila

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Cambió su vida en Suecia por un futuro en medio del Mediterráneo, y después de algo más de tres décadas instalada en Menorca, un lugar al que le costó un poco adaptarse en los inicios pero en el que se encuentra totalmente integrada, dice tener mucho de menorquina, aunque confiesa que «en el fondo soy muy sueca». Pero lo único que le importa ahora es ver a sus hijos, nacidos en la Isla, ser felices. A continuación, nos cuenta su historia.

¿Qué le trajo por Menorca? ¿Trabajo? ¿Turismo?
— Lo que sucedió en realidad es que comencé a trabajar como guía turística para una agencia de viajes danesa. Al principio me destinaron a Yugoslavia, y después pasé por Canarias y Palma de Mallorca. Otro de los destinos fue Menorca, un lugar que me encantó desde el principio, a primera vista. No se puede negar que se trata de un lugar que tiene algo especial. Luego, cuando ya llevaba dos años viviendo aquí, conocí al padre de mis hijos, y esa es la verdadera razón de que decidiera instalarme aquí.

Le gustó la Isla desde el principio, pero ¿qué fue lo que más le llamó la atención?
— Creo que la naturaleza, y la belleza del lugar, desde luego. La luz, la tranquilidad... Eso fue lo que más me atrajo.

Un sitio radicalmente opuesto a su lugar de nacimiento...
— Completamente, pero no solo en lo que se refiere al paisaje, sino también en lo que tiene que ver con la mentalidad de la gente. Hay que tener en cuenta que hace treinta años, cuando pisé la Isla por primera vez, aquí todo era muy diferente.

¿Fue fácil la adaptación a su nueva vida?
— Pues la verdad es que no...

¿Por?
— Pues por diferentes causas. Una de ellas fue el idioma, hasta que no entiendes bien el menorquín cuesta relacionarse con la gente. Pero bueno, nunca fue un problema insalvable. Pero sí, la integración no fue demasiado fácil al principio, aunque he de decir que una vez que me adapté, todo funcionó muy bien. La realidad es que yo considero que mi ex familia política sigue siendo mi familia, desde luego. Siempre ha estado ahí, y tengo muy buena relación con ellos.

¿Siguió trabajando en el mundo turístico?
— Sí, pero no como guía; comencé a trabajar como recepcionista en hoteles de Cala en Bosc, hasta que nació mi hijo mayor. Luego me dediqué un tiempo a ser ama de casa, que no era lo que tenía pensando en un principio. Ahora, desde hace casi hace diez años trabajo en la gerencia del Club Tennis Ciutadella.

El tenis es una actividad muy importante en su familia...
— Mi ex siempre había jugado al tenis, y mi padre, que ahora es muy mayor y tiene casi 90 años, fue el número dos de Suecia de veteranos. Fue él quien comenzó a practicar ese deporte con mi hijo mayor; yo también jugaba algo al tenis antes, pero ahora ya no.

Un deporte con mucha tradición en su país, y que ha dado grandes estrellas como Bjorn Borg, Mat Willander o Stefan Edberg, entre muchos otros... ¿Cuál es la clave del éxito sueco en el mundo del tenis?
— Bueno, ya no tanto (risas). Hace tiempo que no sale ninguna estrella fuerte, esos eran otros tiempos. Pero creo que podría ser porque en el tenis casi todo se basa en un ejercicio mental, es un factor muy importante. Y a lo mejor los nórdicos somos un poco más fríos, y para triunfar en el tenis creo que es fundamental mantener la cabeza bien fría en la pista. Hay que mantener la concentración y realmente las emociones no te ayudan mucho... Puede que esa sea una ventaja de los suecos, pero no lo sé (risas).

Sus hijos también se dedican al mundo del tenis y mirando al campo profesional, ¿cierto?
— Oscar, el mayor, está jugando en la liga americana. Le ha fichado la Universidad de Arkansas y tiene una beca deportiva. Lleva un año y le quedan otros cuatro para seguir progresando en el mundo del tenis a la vez que saca su carrera. El tenis es su sueño, pero es un mundo difícil. Y mi hijo pequeño también está en una academia de Barcelona entrenando y estudiando, e intentaremos que pueda ir a la misma universidad que su hermano.

Dicen que se trata de un deporte que exige mucho sacrificio...
— Realmente es un deporte... diabólico...

¿Y eso?
— Tengo que decir, en cuanto a mis hijos, y también lo veo con otros jóvenes, que es un deporte que educa mucho, pero de una manera horrible porque es muy duro. Mi hijo mayor lleva ya quince años jugando y ha sido durísimo. Se sufre mucho, aunque también tiene sus momentos de gloria, y hay que intentar quedarse con ellos.

Es un deporte que pasa factura... Incluso una estrella como Andre Agassi reconoce en su biografía que parte de su carrera fue como una especie de infierno...
— Sí, creo que en ese caso fue porque sus padres se metieron por el medio, y le presionaron demasiado. El tenis es un deporte que exige mucho en la pista: tienes que ser legal, controlar emociones, asumir derrotas y también saber comportarte como es debido cuando ganas.

Además de un deporte caro...
— Yo diría que es uno de los deportes más caros. Básicamente el hecho de que Óscar fuera a Estados Unidos es porque no podíamos soportar los gastos. Cuando empiezan a hacer los Futures, para coger puntos ATP, hay que pagar los entrenamientos mensuales, la vivienda, los viajes, hoteles, entrenador, gastos corrientes... Es imposible si no tienes un patrocinador.

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Pero al final, con esfuerzo, llega la recompensa.
— Para algunos sí, porque lo valen, evidentemente, pero también igual porque han tenido un golpe de suerte con la situación económica que les ha permitido seguir adelante. Hoy día no hay ningún chico que destaque con 20 años, los resultados se ven cuando maduran un poco más, a los 23, 24 o 25.

¿Qué me dice de la cantera menorquina o la del Club Tennis Ciutadella? ¿Crece la afición?
— A lo mejor hay algunos que destacan, pero yo diría que menos que hace años. Aunque sí creo que hay más niños que juegan al tenis por el mero hecho de hacer deporte. No sé si estoy en lo cierto o no, pero considero que los niños hoy en día no están dispuestos a sufrir, y nosotros los padres intentamos ponérselo todo lo más fácil posible.

¿Falta espíritu de sacrificio?
— Los padres queremos facilitar tanto las cosas a los niños que llega a ser demasiado. Al final conseguimos que no tengan que hacer esfuerzos para conseguir las cosas. Y como decía antes, en el tenis hay que acostumbrarse al sufrimiento, y yo creo que eso a mis hijos les ha servido para algo y para moverse por el mundo. Ellos aman el tenis, es su vida... Considero que son personas íntegras y creo que el tenis ha tenido mucho que ver con ello.

Y la madre, como espectadora, ¿cómo lo vive?
— Fatal, fatal (risas). Ahora con las aplicaciones puedo seguir el transcurso de sus partidos en tiempo real, punto por punto. Y eso es un sinvivir cuando no estás con ellos. Sufro, pero como madre también disfruto mucho... Y cuando las cosas salen bien es todo un orgullo.

Volvamos a la Isla. ¿Cómo ha cambiado Menorca desde que llegó por primera vez hasta la actualidad?
— Principalmente creo que ha habido un cambio en la mentalidad de la gente. Ahora es más moderna y abierta, cosa que hace treinta años no pasaba tanto. Y ver ese proceso es algo muy bonito. También los jóvenes menorquines están mucho más preparados. En otros aspectos, sí hay que decir que algunas cosas sí que han sufrido el paso del tiempo, como la zona de Cala en Bosc, que era un sitio precioso y las construcciones le han pasado factura.

¿Qué es lo que más valora de vivir en Menorca?
— En general, la tranquilidad que se respira. Aunque aquí no tenga familia propia, sí que tengo muchos amigos y amistades. Me siento como en casa.

¿Y un poco menorquina?
— Yo creo que sí. Aunque a veces sigo sintiéndome un poco sueca aquí. Pero después cuando voy a casa a visitar a mis padres, al cabo de una semana o dos me siento ya demasiado menorquina para soportar algunas cosas (risas).

¿Cómo encajó su familia que lo dejara todo para venirse a Menorca?
— Mis padres siempre pensaron que volvería... Pero lo que he logrado hacer, y es algo de lo que estoy muy contenta, es que han tenido siempre un contacto muy estrecho con mis hijos. Mi hijo mayor, por ejemplo, habla sueco perfectamente, y el pequeño lo entiende. Tiene mucho contacto y unos lazos muy fuertes. De no haber sido así para mí habría resultado mucho más duro.

¿Viaja mucho a Suecia?
— Procuro ir al menos dos veces al año, que no es suficiente, porque mis padres son muy mayores, tienen 90 años y están solos, y a veces es complicado.

¿Su futuro está en la Isla o tiene planeado regresar?
— Ahora que mis hijos están fuera yo podría hacer lo que quisiera, pero Menorca para ellos siempre será su casa. En los últimos tiempos, por las cosas que he vivido últimamente, me he dado cuenta de que mi sitio está aquí, cuando antes había estado en un punto más indefinido en ese aspecto.

Aparte de la familia, ¿qué otras cosas echa de menos de Suecia?
— Un poco la naturaleza. Sobre todo donde viven mis padres, una zona preciosa a las afueras de Estocolmo, en medio del bosque. Los otoños son preciosos. En el fondo soy muy sueca, y a veces también la mentalidad de allí es más afín a la mía.

Y el frío, ¿lo echa de menos?
— ¡Yo paso mucho más frío aquí!

¿Sigue de cerca la actualidad de su país?
— Tengo que decir que al principio lo hacía, pero llevo ya algunos años un poco desconectada. A mi madre sí que le interesa mucho la política y lo hablamos por teléfono.

Se suele poner a los países nórdicos como un ejemplo de progreso y bienestar social...
— Hay diferencias, no quiero que parezca lo que no es, pero por ejemplo podría decir que en Suecia básicamente hay muy poca corrupción, y cuando se da son casos muy curiosos; por ejemplo, cuando la primera ministra se compró una chocolatina con la tarjeta equivocada y tuvo que dimitir por comprar un Toblerone... El nivel de aceptación es tan bajo que casi no existe. Aquí, al principio me extrañaba, y al final parece como si te acostumbraras.

Para acabar, ¿cómo resumiría su experiencia menorquina?
— Al principio fue durillo, pero el resultado final ha sido muy bueno. Ahora creo que es un lugar estupendo para vivir.