De isla a isla. Cambió el gran movimiento de una ciudad como Londres por el refugio de una pequeña comunidad como la de Cala Torret, donde puede disfrutar a diario de la vista del mar. | Gemma Andreu

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La ficha

Nacida...
— El 26 de julio de 1962, en Londres.

Actualmente vive en...
— Cala Torret, Sant Lluís.

Llegó a Menorca...
— Se instaló en la Isla en 2007, pero vive en España desde 1999.

Ocupación actual
— Profesora y directora de La Escuela Inglesa.

Estudios
— Licenciada en Latín y Lingüística.

Su lugar favorito en la Isla es...
— La playa de Binibèquer, donde suele pasear a diario con sus perros.

Un buen día, viendo cómo sus amigos viajaban por el mundo, Betty se dijo a sí misma «voy a vivir en otro país». Dicho y hecho, y así fue como aterrizó en España para participar en un programa de educación bilingüe en un colegio público de Leganés. «Soy profesora de carrera, de toda la vida, no es que me dedique a la enseñanza por mudarme aquí, vine por trabajo», advierte antes de contarnos su historia menorquina.

Así que más que viajar, prefirió cambiar de aires.
—Sí, nunca fui una gran viajera. Vine con la idea de conocer un sitio y luego volver a Inglaterra, pero al final no dejé España. Entretanto, mientras vivía en Madrid, una compañera de trabajo de se mudó a vivir a Menorca y vine un par de semanas de vacaciones, así fue como la Isla entro en mi vida. Repetí algunos veranos y me planteé trabajar aquí con el Proyecto Bilingüe, pero no encontré dónde. Un día me comentaron que vendían una escuela en Maó y hace ahora once años que la tengo.

¿Encontró su sitio?
—Lo que suele ocurrir es que muchos ingleses vienen aquí un par de años y luego regresan a su país porque quieren formar una familia o desarrollar su trayectoria profesional. Yo ya había trabajado allí como profesora e inspectora, y hasta tenía mi hipoteca. Me fui de Inglaterra con 37 años y me dije que de alguna forma era mi momento para tener otra adolescencia. Ahora hago lo que me da la gana, no soy una persona conformista ni convencional, estoy soltera, sin hijos, estoy encantada de la vida.

¿Cómo fue su incorporación al día a día en la Isla, más allá de las vacaciones de verano?
—Todo normal. Igual que cuando llegué a España. Pero después de unos días me pregunté qué pasaría si al final no me gustaba. Es por eso que no me deshice de mi piso en Madrid, por si acaso no funcionaba; tenía unos meses de paro por si no iba bien el tema de la escuela. Pero la academia, La Escuela Inglesa, tiene más de 50 años de historia y es muy conocida. Lo que hice con mi llegada fue cambiar un poco el perfil del centro. Antes no había nada de inglés, ahora hay mucha oferta para aprender el idioma. Lo planteé desde el punto de vista de la persona que necesita aprender inglés en poco tiempo.

De una forma más práctica.
—Sí, pero no usamos libros de texto y casi ni utilizamos papel. Es un sistema diferente y la verdad es que tenemos bastante éxito con los exámenes. Ahora hay más competencia en el sector, pero con productos muy diferentes.

Está de moda que los niños aprendan inglés desde muy, muy pequeños, cuando aún no tienen desarrollada su lengua materna.
—Yo no soy partidaria de ese sistema. En algunos países dicen que los niños no deberían aprender a leer hasta los siete años, algo que sorprende a mucha gente. Pero lo que ocurre es que sus cerebros no están formados para captar toda la gramática desde tan pronto; la gramática son como perchas en las que luego cuelgas el vocabulario encima; muchos dicen que los niños son como esponjas en ese sentido, pero yo no lo comparto. Lo que pasa es que no tienen hipotecas ni problemas grandes, y por eso no tienen mucho de qué preocuparse, y eso ayuda. Tienen la mente más despejada que los adultos para aprender.

En su caso, se ha centrado también en la educación especial.
—Sí, tengo una alumna ciega; estudiantes con problemas de audición, también autistas. Y es que tengo que explicar que antes de nada soy profesora de sordos, y por eso sé de educación especial. Al principio mis clientes eran funcionarios e hijos de funcionarios, y mi reto fue animar a que se matricularan las personas recién llegadas al país, es una parte de mi trabajo que me encanta.

¿Cómo le fue con el castellano?
—Hice un curso en una escuela de adultos de Londres, eso fue todo. La verdad es que no llegué con mucho nivel, y eso fue un obstáculo para cosas como encontrar piso... Al final me instalé en Atocha, yo vivía allí cuando los atentados del 11-M. Lo que sí tengo es facilidad para los idiomas; mis estudios son de Latín y Lingüística. Hablo muchas lenguas, pero algunas de ellas ya no se utilizan como el latín o el griego; mi segundo idioma es el lenguaje de signos de Gran Bretaña. También sé algo de vasco, estudié francés en el colegio, también el catalán, que lo estudio por mi cuenta, y creo que puedo hablarlo pero me cuesta más entender, en la calle ya no es como en los libros (risas).

Se complica la cosa.
—Creo que me pasa lo mismo que a muchos jubilados de mi país que viven aquí, que la mayoría no aprenden bien los idiomas locales, y es porque al final siempre te acaban hablando en la lengua en que piensan que sabes, y a mí siempre me hablan en castellano. Ahora, con los vecinos sí que he empezado a hablar más en catalán. Cuando me jubilé, que será pronto, tendré más tiempo para aprender.

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Resumiendo, ¿qué es lo que verdaderamente le trajo a Menorca?
—Pues se podría decir que vine por trabajo y ahora sigo aquí por mis podencos. Ya está. Podría vivir bajo un puente si tengo a mis animales conmigo. Tengo podencos no porque necesiten hogares, ni tampoco porque yo necesite compañía. Mis perros son las mascotas del pueblo.

¿Cómo es la vida en Cala Torret?
—La pena es que es un pueblo y no lo es. Es de los núcleos de la zona que tiene más residentes durante todo el año, mínimo unas 50 personas. Yo he vivido en Alcaufar, que tiene más gatos que personas, y en Binibèquer Vell, y éste es el que tiene más vida. Pero la vida la hacemos nosotros, todo el pueblo viene a mi cumpleaños. Intentamos que sea un lugar más acogedor, pero somos el familiar olvidado del Ayuntamiento.

¿Se siente a gusto en una comunidad tan pequeña?
—Sí, mi problema es que siempre he vivido en sitios con poca gente y me preguntaba qué pasaría si no me gustaban los vecinos; los primeros dos meses intenté pasar más desapercibida, pero al final te das cuenta que los vecinos son lo mejor de este pueblo, son gente de verdad, siempre dispuesta a ayudar; fue una buena elección. Estaba harta de alquiler, así que hace seis años que vendí mi casa en Londres y compré una aquí.

¿Está a punto de jubilarse decía antes?
—Sí, pero soy una persona muy activa; voy a muchas clases, de alemán y canto, practico bádminton en Sant Lluís… Es un poco raro, porque estaba un poco obsesionada con el trabajo, y me planteaba qué iba a ser de mí si me jubilaba. Pero he trabajado durante mucho tiempo dieciséis horas al día, no tenía hobbies, y ahora son mi vida.

Pero en realidad, los 56 años es una edad demasiado temprana para jubilarse, ¿no?
—Con los 55 podía cobrar una pensión privada que tengo desde hace 23; la única manera para dejar la escuela es venderla, en realidad depende eso. Yo mido las cosas de otra forma; una persona con éxito es la que tiene tiempo libre, no quien tienen mucho dinero.

¿Planea quedarse aquí?
—Por supuesto. Aquí soy feliz.

Menorca es una marca que en Inglaterra vende mucho. ¿A qué cree que se debe?
—La divisa, aunque ahora mira cómo está. Luego podemos hablar del sol, el mar y todo eso. Hace dos años una libra era un euro y medio, todo salía más barato. Algunos vecinos míos iban a comer cada día fuera y ya no lo hacen, mientras que otros se han vuelto a Inglaterra. Ya no resulta tan económico como antes.

¿Cree que se seguirá yendo gente?
—Pues depende de lo que pase con el Brexit.

¿Cuál es su posición al respecto?
—Es horrible; me da vergüenza ser inglesa en ese sentido. Creo que rechazar todo lo que ha ofrecido Europa no es bueno. Con el Brexit han venido también ataques a extranjeros, ha resurgido el racismo, y yo soy hija de inmigrante, mi padre es de la India. En los años él no podía encontrar trabajo fácilmente o vivienda en Inglaterra porque no quería a la gente de ese país, y ese racismo está volviendo. Lo peor del Brexit actualmente es la incertidumbre que hay sobre lo que va a pasar.

Algunos ya hablan de la posibilidad de repetir el referéndum…
—Lo que ocurrió es que mucha gente no votó, solo lo hicieron 32 millones de personas en un país que viven más de 70 millones. Los jóvenes y algunos jubilados no votaron, la derecha siempre vota. Creo que ahora el resultado sería diferente, aunque no por un margen grande.