Como en casa. Al poco tiempo de llegar a España, primero en Barcelona y después en Menorca, tuvo claro que quería quedarse. | Sergi Garcia

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La ficha

Nació...
— El 30 de septiembre de 1975 en Bogotà, Colombia.

Actualmente vive en...
— Ciutadella.

Llegó a Menorca...
— Previo paso por Barcelona (2003), se instala en Menorca en 2005.

Ocupación actual
— Artista e ilustradora. Es licenciada en Diseño Gráfico.

Familia
— Casada y con una hija nacida en Menorca.

Su lugar favorito de la Isla
— La Vall «cuando no hay gente».

Tenía la carrera profesional bien encarrilada en su país como diseñadora de la conocida revista cultural «Shock», pero Margarita se tomó un respiro de unos meses para conocer mundo y seguir formándose en Barcelona, una ciudad en la que al poco tiempo de llegar tuvo claro que quería quedarse. Aunque no fue en la Ciudad Condal donde echó sus raíces, sino en Menorca, a donde vino de vacaciones: «Cuando vi las fotos, me dije, hay que ver lo que hace el Photoshop, pero luego descubrí que el agua del mar era de ese color».

¿Qué le enganchó del lugar?
—Me enamoré de la Isla, no hay otra explicación. Primero el color del mar, me encantó. Y también la tranquilidad. Creo que es algo que tiene que ver con venir de un lugar como Bogotá, donde había pasado treinta años de mi vida. Me gusta mi ciudad, me encantaba, pero cuando llegué aquí me di cuenta de que se podía vivir de otra manera. Tal vez coincidió con un momento en el que buscaba un poco de parón, de tranquilidad.

Y la encontró.
—Sí, lo que ocurre es que cometí un fallo, y es que me fui a vivir a un predio en Es Mercadal; no tenía carnet de conducir y me aislé mucho, más de lo que ya supone vivir en una Isla. Allí viví con una familia a la que quiero mucho. Todo era maravilloso y fantástico pero me acabé alejando de mis amigos, de Barcelona, de Colombia.

¿Tanto se aisló?
—Yo diría que un poco mucho. Me di cuenta cuando salí de allí, tuve la sensación no de que había perdido el tiempo pero sí había dejado tres años en stand by. Allí arriba todo era muy fácil, no necesitaba mucha cosa, pero sentí que me había estancado a nivel profesional.

¿Dejó la creación artística?
—No tenía el estado de ánimo que necesitaba. Quería creer que sí, pero no. Luego vine a vivir a Ciutadella y comencé a retomar el tema del arte y a trabajar como modelo de pintura. Me puse un tiempo límite; me dije, Menorca es muy bonita y maravillosa, pero también era realista, no iba a estar toda mi vida así.

¿Y antes cómo se ganaba la vida?
—Trabajé de camarera de piso y en un bar; también con un fotógrafo francés. El problema era que no podía trabajar de forma regular porque tenía el visado de estudiante, solo se me permitía hacerlo cuatro horas, pero claro, con eso no llegas a ninguna parte. Cuando estaba trabajando en la Casa de Cultura me puse un límite, me dije que si en seis meses no encontraba un trabajo de diseño gráfico o ilustración, se acabó. No quería seguir toda mi vida así porque mi carrera y mi profesión me gustan. Siempre me serví de los otros trabajos para llegar a un fin, pero no para vivir de ellos toda la vida, ya que para eso había estudiado una carrera. Y justo así me surgió la posibilidad de trabajar de maquetadora en el diario «Última Hora Menorca».

Y lo consiguió.
—Sí, y entonces pensé: «Creo que la Isla quiere que me quede». Pero lo que ocurrió es que a los cuatro meses de entrar me diagnosticaron la enfermedad del lupus, justo cuando iba a firmar el contrato definitivo; preferí ser honesta y comunicarlo. No me parecía justo entrar y ponerme de baja al poco tiempo. Soy de las que piensa que la vida más adelante te devuelve esas cosas, para bien o para mal. Yo me quedé tranquila con lo que hice y tuve tiempo para poner mi salud en orden.

Pero no se quedó de brazos cruzados.
—Justamente ahí fue cuando empecé a pintar otra vez. Con el lupus no podía salir de casa, lo tuve bastante agresivo y además estaba un poco perdida pero en cierto modo me ayudó, me hizo buscarme la vida. Estaba sola aquí, no quería agobiar a mis familiares en Colombia, y tampoco quería volver a casa. Vamos a ser honestos, cuando te vas de tu casa es muy difícil volver; te sientes como en tierra de nadie. Vas allí y estás desprendido de lo que ocurre; me siento acogida cuando regreso a mi país, pero también siento que ya no formas parte del todo; no me sentía ni de allá ni de acá, entre dos tierras.

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Pero con la firme decisión de quedarse aquí.
—No quería volver por el tema de la seguridad. En la Isla me sentía tranquila, me parecía que era un lugar en el que podía vivir de otra manera, eso fue lo que me enamoró de Menorca, vivir en paz. Es algo que notas cuando sales de un lugar como Bogotá. Aunque a mi mamá no le gusta que lo diga, hay que reconocer que es una ciudad violenta. Cuando uno sale, y descubre que se puede vivir de otra manera, te das cuenta que las cosas no están bien allí. Pero bueno, yo siempre digo que en todas partes hay de todo; a mí me han robado más veces en Barcelona que en Colombia. Tenemos una visión de Bogotá superviolenta, y como yo digo, a ciudades más grandes, problemas más grandes.

Evidentemente no todo es malo en Bogotá.
—Claro, tiene otras cosas maravillosas; tenemos de las mejores universidades y bibliotecas de Latinoamérica. Siempre defiendo que tenemos que ver las dos versiones de la ciudad. No solo te puedes quedar con la parte mala. Volviendo aquí, de Menorca me conquistó la tranquilidad y que tuve la posibilidad de volver a pintar y de encontrarme. Vine a Barcelona a estudiar ilustración y técnicas de comunicación visual, y volví a coger lápices y pinceles. El propio hecho de que no podía agarrarlos igual por la enfermedad me llevó a pintar de otra manera. Me adapté a la situación y me ayudó a encontrarme con lo que quería ser.

Ya es un buen logro.
—Sí. Porque quieras que no, llegas aquí y te pierdes un poco. Empiezas a trabajar de diferentes cosas para sobrevivir, y creo que es lo que le pasa a mucha gente, se terminan quedando por el dinero y la supervivencia más que porque les guste lo que están viviendo. Yo tenía claro que me quería quedar aquí.

¿Cómo se reengancha a la vida laboral?
—Pues cuando me quedé sin trabajo en el periódico me di cuenta de que mis amigos siempre me estaban pidiendo que les pintara cualquier cosa, camisetas, pantalones, cajas… Así que me animé a participar en un mercado, probé, vi que me empezaba a ir bien y que a la gente le gustaba lo que hacía y que a parte podía seguir practicando mientras trabajaba. Estaba muy contenta porque era una gran manera de dar a conocer mi obra. Pero lo que ocurría es que trabajabas mucho en verano para vivir de esos ahorros en invierno, y así decidí abrir una tienda.

Con su marca Caperucita Azul.
—Sí, un proyecto que saqué adelante con mi pareja en los años de la crisis. Decidimos unir fuerzas los dos para salir hacia adelante. Y entre tanto tuvimos a Noa, después de que me hubieran dicho que no podía tener hijos por culpa de mi enfermedad. El tema de compaginar la vida con un negocio y los mercados era muy exigente, ya no se vendía como al principio y el mercado de Firac en el que participaba comenzó a tener problemas con el Ayuntamiento. La verdad es que todo en conjunto me desmotivó. Fue el momento idóneo para comenzar a tirar hacia otro lado.

Hablando de sus trabajos, ha habido uno que este verano se ha convertido en famoso gracias al festival de Street Art.
—¡No me lo imaginaba! Era de esos proyectos en los que siempre quería participar y no podía por falta de tiempo, y este año lo conseguí. He recibido casi 400 fotos de muchos lugares diferentes del mundo, y a día de hoy me siguen llegando.

Al final las cosas le han salido bastante bien.
—Sí, y estoy muy contenta. Los dos últimos años han reafirmado el hecho de que yo me quiera quedar en la Isla. Mi plan es quedarme, y siempre he pensado que para criar a mi hija es un lugar maravilloso. Mi marido es sevillano de nacimiento y menorquín de corazón, lleva aquí desde los seis años.

¿Y usted?
—Yo todavía tengo una arteria en Colombia (risas). Mi tierra siempre va a estar dentro de mí, pero ahora soy menorquina. Me gusta Menorca y su gente. Sé que hay muchos que dicen que la gente de aquí es cerrada, pero lo que yo digo es que hay que poner también de nuestra parte para que se abra. Aquí vivo con el plan de vida que tenía para mí, una vida más sencilla. Tengo lo que necesito, tranquilidad, trabaja y mi familia está creciendo con la mente sanota. En Bogotá crecemos con mucho miedo.