La actividad es menor en general en las urbanizaciones, aunque los establecimientos de núcleos de gran atractivo turístico disfrutan de un elevado nivel de actividad como se observa en esta fotografía de ayer en Binibèquer.  | MANOLO BARRO

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La hostelería, los restaurantes en particular, han estado todo el invierno en la vanguardia de las restricciones de la lucha contra la covid. Ahora, en verano, son el motor de la actividad y, por tanto, de la recuperación económica. Todos los consultados reconocen que han recuperado el nivel de trabajo de los años prepandemia. Son impresiones porque los números han de esperar a octubre.     

No es fácil encontrar unanimidad en un sector poco dado por lo general al conformismo y que viene de un año de muchas frustraciones. El verano pasado fue bueno pero cargado de incertidumbre y sobre todo muy corto, según recuerdan bien los empresarios.

Los puertos de Maó, Calesfonts incluido, Fornells y Ciutadella son los escenarios    clásicos de la restauración y los que concentran el núcleo de la actividad. Las urbanizaciones, por su parte, han tenido un comienzo y un desarrollo de temporada muy renqueante.

Se explica en la tipología del turismo, «el nacional es predominante y es el que nos da la vida», declara Lázaro Alcaide, del restaurante La Minerva, en el puerto de Maó. «Está siendo buen año desde junio», agrega, lo que significa que la remontada comenzó coincidiendo con la desescalada, empujada por el ánimo colectivo de recuperar buenas sensaciones cuanto antes.

Al turismo nacional aboga también Josep Caules, del restaurante Café Balear de Ciutadella, «el 90 por ciento de la clientela es española sobre todo y francesa», confiesa. «Si no vuelven las restricciones, será una buena temporada. La gente ha perdido el miedo y prefiere la alegría de darse gusto en la mesa», añade.

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Los platos de langosta en sus diversas especialidades constituyen un claro síntoma de sus impresiones. La demanda es similar ya a la de los veranos prepandemia, según revelan Serapio Fernñandez de Es Cranc y Es Cran Pelut y    Richard Riera, de Es Port, todos ellos de Fornells, la capital gastronómica de la caldereta de langosta.

También aluden a la calidad del turismo que ha venido este año, «no se ven turistas con pulseras, es un buen síntoma», apunta Riera en alusión a los clientes hoteleros del todo incluido. Comenta que si la incidencia de la pandemia se midiera por las actividad en los restaurantes, pasaría desapercibida, aunque los datos denotan procupación social todavía.

A ello se refiere también Antoni Sansaloni, presidente de la asociación sectorial de PIME, quien se muestra indignado por la falta de control del botellón por el riesgo que conlleva. «Nuestra asociación está enfadada, hemos pagado los platos rotos de la pandemia porque las restricciones han recaído fundamentalmente sobre nuestros negocios. No se puede poner en riesgo ahora el trabajo por los pelagatos de los botellones», señala al tiempo que pide más rigor a la Administración para el control de esas prácticas en las que se pone el foco de la alta incidencia de la covid registrada en las últimas cuatro semanas.       

La corriente de alegría que recorre las riberas portuarias no ha llegado a los núcleos turísticos. «La restauración no ha tenido tanto impulso en las urbanizaciones, dependen del turismo internacional, que se ha retrasado», explica José Bosch de la patronal de la restauración de CAEB

El turismo británico no ha tenido las puertas abiertas para volar al extranjero hasta, de hecho,    comienzos de este mes y otros mercados han retraído su salida al exterior. La oferta complementaria de los núcleos turísticos se están resintiendo de esa política y remontan a menor ritmo.

En datos del segundo trimestre, en Menorca hay 821 empresas de hostelería (comidas y bebidas, según el epígrafe fiscal de actividad) dadas de alta en la Seguridad Social. En conjunto emplean a unas cinco mil personas.