La tertulia se celebró en el Ateneu de Maó | Gemma Andreu

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El de Algendar es uno de los barrancos más populares de Menorca y, al igual como sucedió en otros puntos de la geografía insular, el 21 de septiembre fue testigo de importantes riadas que ocasionaron daños severos. Un ejemplo lo encontramos en el lloc del Molí de Baix, explotación dedicada a la producción frutícola que vio como el agua se llevaba por delante unos 300 árboles, el 75 por ciento del total.

La de este año no ha sido la primera vez que las tormentas han arrasado en el Barranc d’Algendar. Es algo que viene sucediendo históricamente, aunque este argumento no puede servir como excusa para resignarse y esperar al próximo temporal. Esta fue una de las ideas que se expusieron en la tertulia celebrada el miércoles en el Ateneu de Maó, en la que participaron la responsable del proyecto frutícola del Molí de Baix, Flora Ritman, el técnico en Biodiversitat en el Consell, Félix de Pablo, el coordinador del GOB, Cristòfol Mascaró, y el coordinador de Proyectos de Economía Social de Caritas Menorca, Antoni Aguiló.

La necesaria gestión del ‘todo’

Los ponentes partían de la premisa de que un torrente es una vía de evacuación de las aguas, en este caso, que empiezan a acumularse en la zona de Es Pla Verd y que desembocan en Cala Galdana. «Las riadas no son el problema, porque siempre han existido; lo es la suma de tres factores», defendía Ritman, quien lleva 35 años en la finca. Según ella, intervienen «el cambio climático», pues cada vez habrá más épocas de fuertes lluvias, «la falta de mantenimiento de los torrentes que provoca enormes tapones», que acaban provocando desbordes; y que «si solo limpias el torrente en Es Pla Verd, al barranco llega luego un tsunami».

Para entender el problema, los entendidos recordaron que las grandes llanuras que configuran Es Pla Verd «eran antiguamente campos inundados, pantanos». De hecho, Mascaró apuntó a las dominaciones británicas como el momento en que «drenaron estos campos para su cultivo», creando una red artificial de desagües que son los que canalizan el agua hasta el barranco.

A partir de esta idea, en la charla se sugirió la necesidad de visualizar el problema en su conjunto, no solo en lo que afecta a los terrenos que hay dentro del barranco, sino también aquellos que empiezan a acumular grandes cantidades de lluvia. «Falta una visión de gestión de toda la cuenca», asegura el responsable del GOB, coincidiendo en su tesis con Ritman. «Es una cuestión técnica, hay que ver cómo suavizar el impacto de las torrentadas, con solcs, síquies, forats o embalses» situados en las llanuras. Esto, además de reducir los litros que bajarían por el torrente, permitiría «aprovechar más el agua en los cultivos, que se infiltrara más en los acuíferos» y que, por lo tanto, «se perdieran menos recursos», tanto de agua como de tierras, por una menor erosión de los campos.

Mascaró añadió que «las correntadas echan a perder mucha agua al mar» y que interesa mucho apostar por técnicas de agricultura regenerativa, que trabajan precisamente en la línea de la optimización de los recursos naturales.

Para que menos agua llegue al mar hay más opciones, como la creación de «charcas paralelas a los torrentes», donde pueda almacenarse el agua que se desborde; o de pozos de infiltración», que se llenarían con las lluvias y que nutrirían los acuíferos. Otra de las propuestas fue la creación de un grupo multidisciplinar para elaborar un protocolo para la gestión de torrentes y cuencas.