Claudia realiza diferentes labores en la frontera.

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A punto de cumplir nueve meses, la invasión rusa de Ucrania que ha puesto en jaque el orden internacional y ha dejado un país arrasado no parece que tenga un final cercano. Los bombardeos rusos contra las infraestructuras energéticas de Ucrania continúan estos días provocando cortes en el suministro justo cuando empiezan a caer las primeras nieves tras la llegada del frío. En medio de todo este caos se van sumando las historias que reflejan el drama humano de toda una población y, también, las historias de solidaridad que conectan con Menorca.

Hasta el corazón de Europa se ha trasladado, por segunda vez desde el estallido de la guerra, la joven menorquina Claudia Mayans. A sus 27 años, y con tan solo una mochila con lo imprescindible cargada a la espalda, ha decidido volver a Ucrania para acompañar y atender a las personas que huyen del horror. Ya lo hizo entre los meses de marzo y junio, cuando también proporcionó ayuda a las familias ucranianas. Aunque por aquel entonces fue sola, como esta vez, ya en el terreno acabó colaborando con la Fundación Juntos por la Vida.

Con su padre Eduard.

Claudia estudió Filología eslava y aprendió polaco y ruso en la universidad, por lo que, en el campo de batalla, actuó como traductora y realizó labores de logística. La primera vez que estuvo en el centro de la guerra desempeñó funciones de apoyo en Przemysl, en la frontera entre Polonia y Ucrania. En esta ocasión, se vuelve a ir para hacer los mismos trabajos durante un mes. «Lo poco que puedas hacer allí ya significa mucho para ellos», explicaba a MENORCA • «Es Diari» el pasado jueves, antes de partir a Wroclaw, Polonia, con destino a Ucrania.

Su padre Eduard, desde Menorca, relata que «la envidio por todo lo que hace y sufro por las monstruosidades que verá». Sabe de lo que habla, porque en mayo también viajó a la frontera de Ucrania dispuesto a echar una mano. Condujo una de las furgonetas que transportaba ayuda humanitaria desde el almacén del antiguo supermercado Tesco, en Przemysl, hasta los campos de refugiados y la misma Ucrania. Un día, cuenta, cayó un misil a cuatro kilómetros de donde estaban. Vieron la explosión y el fuego que causó, pero decidieron continuar.

Y es que, una vez allí, dicen Claudia y Eduard, no te puedes ir, al ver por todo lo que está pasando la gente. Tener ante tus propios ojos una realidad tan extrema aviva aún más el afán de cooperar para mejorar las condiciones de vida de quienes sufren el exilio forzado por la invasión rusa de Ucrania. Quienes más ayudan allí, aseguran, no son las ONG más conocidas, sino las más pequeñas y las personas que, de manera anónima, arriesgan sus vidas para ayudar a los refugiados ucranianos.
«Si todos pudieramos aportar algo aquí mismo, tener un gesto con esta gente, todo sería más fácil», afirma Eduard en relación con las trabas burocráticas y los problemas a los que se enfrentan las familias de Ucrania asentadas en Menorca. «Si están aquí es por algo, porque huyen de la guerra», recuerdan Claudia y Eduard.