Los ‘makers’. La comunidad de emprendedores menorquines en este campo esta formada aproximadamente por unas setenta personas, entre las que muestran una mayor actividad 25. en la imagen, Lluís Mir | C.M.M.

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Lo que se conoce como la cultura maker, una versión moderna del Do it Yourself (Hágalo usted mismo), no es nada nuevo. En realidad comenzó a forjarse a nivel mundial allá por 2006, pero ha sido gracias a la crisis sanitaria provocada por el coronavirus que el movimiento se ha hecho famoso. Principalmente por su rápida capacidad tecnológica de respuesta para fabricar material sanitario, pero también por sus muestras de solidaridad.

Y es que los makers son sin duda uno de los grandes protagonistas contra la lucha de la covid-19, una comunidad altruista repartida por toda España que se ha convertido en todo un referente de creatividad, eficiencia, eficacia y coordinación. Una red que, como no podía ser de otra forma, también funciona en la Isla y que se conoce como Coronavirus Makers Menorca. Familia con una composición muy heterogénea pero para la que tan solo se requiere cumplir un requisito: «Intentar ayudar a las necesidades del sector sanitario», explica el colectivo, sin olvidarse, claro está, de contar con la tecnología necesaria, en este caso con una impresora 3D como pieza clave.

Recuerdan desde la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) cómo los expertos señalan que las aptitudes que pide el mercado laboral coinciden con las que ha desplegado este colectivo para diseñar y fabricar material sanitario desde sus propias casas con modernas impresoras o máquinas de corte láser. De hecho, ya hay diez empresas españolas que están fabricando prototipos que toman como punto de partida diseños de makers.

En el caso de Menorca son varios los elementos que ya se han desarrollado: viseras antisalpicaduras, salva-orejas e incluso un par de modelos de respiradores. «Todo ello lo podemos llevar a cabo gracias a las impresoras 3D, de esta manera somos capaces de fabricar cada uno el mismo tipo de producto ya que compartimos el archivo que lo genera», explica Daniel Barquilla desde la comunidad insular. Añade al respecto que «está siendo una gran experiencia y con una gran finalidad».

El éxito, insisten los makers menorquines, consiste en «trabajar de forma compartida» y también «coordinada», para lo que se sirven de una canal de comunicación como Telegram. Un grupo que en la Isla cuenta con 70 miembros, de los que aproximadamente son activos unos 25. Personal que garantiza la capacidad suficiente para en un momento dado imprimir varios productos.

«Cuando mucha gente se fija un objetivo común, los pequeños esfuerzos de cada uno se multiplican y permite conseguir grandes logros», explica Rafa Muñoz. Este menorquín ofrece una pista sobre cuál parece ser una de las claves del éxito, la redarquía, un modelo organizativo emergente característico de las nuevas redes abiertas de colaboración, además de un comprobada aptitud para aunar tecnología e innovación.

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Virtudes las citadas a las que hay que sumar, en el momento que estamos viviendo, el altruismo. Durante las primeras semanas de la crisis este colectivo aportó de manera desinteresada filamento, la materia prima que se utiliza para imprimir las piezas, además, por supuesto, del tiempo y el coste del consumo eléctrico. «Crear objetos propios es gratificante, pero todavía lo es más si lo que haces sirve para ayudar a la gente que lo necesita», apunta otro miembro de la comunidad, Juanma González.

Se ha contado también con el apoyo de una campaña de crowfunding a través de la que se consiguieron donaciones para comprar filamento, material que se ha ido repartiendo entre los diferentes puntos de impresión. Con ello se ha podido dar respuesta a unas necesidades que en Menorca venían marcadas por el hospital Mateu Orfila: «Nadie mejor que ellos para indicarnos las prioridades», comentan desde la agrupación.

Organización

Pero nada de lo conseguido hubiera sido posible sin una alta capacidad organizativa. El plan menorquín ha dividido la Isla en tres zonas (levante, centro y poniente) con el objetivo de poder responder de una forma más efectiva a cada uno de los espacios. También se han repartido las tareas para ganar en efectividad. Mientras una persona se encarga de registrar en una hoja de cálculo los pedidos realizados y los elementos que se donan, otra centraliza la comunicación para evitar un doble flujo de información. Mientras tanto, otro maker se dedica a la logística (recoger y repartir) productos y materia prima.

Por último, está la figura de un responsable de coordinación que funciona como enlace con los grupos de Mallorca e Eivissa «para mantener una línea común, seguir un estándar y evitar desviaciones tanto en productos fabricados como a qué organismos se han realizado las entregas», explica Barquilla. Una coordinación interinsular canalizada a través del programa Zoom que permite además intercambiar información y archivos de diseño.

Todo ello ha contribuido a «ser más efectivos y poder ofrecer servicios altruistas, como prototipar una pieza o un recambio», añade el maker, quien destaca que todos los productos que fabrican se han orientado a conseguir homologaciones, como ha sucedido en el caso de las pantallas anti-salpicaduras.

«Nunca habría imaginado que con nuestras impresoras y limitados recursos hubiéramos podido ayudar a tanta gente», resume otro compañero, Franciso Piris. Por su parte, Isaac Calvet, añade que está siendo «un verdadero honor ser parte de un grupo muy implicado y altruista, de esta experiencia me llevo una gran recompensa emocional». Una vivencia para cuya descripción David Moreno recurre al latín: sic parvis magna, es decir, la grandeza nace de pequeños comienzos. Parte de eso que se conoce ya como la cuarta revolución industrial.