Durante ochenta años, Menorca y Gibraltar compartieron soberanía británica y se convirtieron en puertos de la Royal Navy.  | Reuters

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El pasado 25 de septiembre, el Ministerio de Defensa británico anunciaba la suspensión de la exhibición aérea de los Red Arrows en Menorca, a pocas horas del inicio del espectáculo y ante la sorpresa de las administraciones y entidades implicadas en la organización del evento. La decisión británica era la represalia por las presiones del Gobierno español para impedir que la patrulla acrobática de la Royal Air Force ofreciera también un show en Gibraltar, en lo que se convirtió en un nuevo capítulo de la disputa que mantienen España y el Reino Unido por la soberanía del Peñón.

De este modo, Menorca y Gibraltar volvían a quedar unidas por los designios de la política internacional, escribiendo un nuevo capítulo de una historia compartida que empezó con la firma del tratado de Utrecht en 1713 y que fue especialmente intensa durante el siglo XVIII, cuando ambos territorios compartieron soberanía británica.    Y es que los ecos del pasado a menudo se manifiestan de manera tangible en el presente.   

Soberanía británica

Para entender bien la relación entre Menorca y Gibraltar es preciso remontarse a principios del siglo XVIII, cuando los dos territorios fueron conquistados por los ejércitos británicos en el decurso de la Guerra de Sucesión española, un conflicto de orden internacional por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II, que enfrentaba a los partidarios del archiduque Carlos, defendido por la Corona de Aragón, y los de Felipe de Anjou, defendido por Castilla.

Con la firma del tratado, la Corona británica aceptaba retirarse de la contienda, en la que había participado del lado del archiduque, pero se quedaba con la soberanía de Menorca y Gibraltar, dos territorios de gran valor estratégico para controlar el Mediterráneo. A partir de ese momento, la Isla y el Peñón empezaron una intensa relación, especialmente durante    los más de ochenta años en los que compartieron soberanía británica. Durante ese periodo, muchos menorquines se trasladaron a Gibraltar en busca de oportunidades laborales, aprovechando el vacío que había dejado la población de la zona que había huido con la ocupación británica, y también hubo corsarios de la Isla    que se instalaron en el Peñón. Sobre la importancia de la relación entre ambos enclaves, el historiador Marc Pallicer afirma que «el periodo británico de Menorca no se puede entender sin el contexto de Gibraltar, porque es lo mismo, con la única diferencia de que en Menorca se mantuvo la población autóctona y en Gibraltar no».

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Para el periodista Martí Crespo, autor del libro «Els ‘minorkeens’ de Gibraltar», el flujo de menorquines hacia el Peñón, sobre todo durante el siglo XVIII, cuando las dos plazas eran británicas, «ha quedado un poco tapado por otras emigraciones menorquinas como las de Argelia o Florida, pero es el tercero o cuarto gran movimiento de población desde la Isla». Esta corriente de personas no pudo ser tan masiva como las otras, porque Gibraltar es un enclave limitado, pero según Crespo «fue muy importante a nivel cualitativo, porque los menorquines aportaron mano de obra cualificada, especialmente relacionada con los oficios artesanos y del mar».   

Huellas menorquinas en las calles de Gibraltar | Martí Crespo

Crespo calcula que a finales del siglo XVIII alrededor de un diez por ciento de la población civil de Gibraltar, que por entonces rondaba las 3.000 personas, era de origen menorquín, y provenía especialmente de los núcleos urbanos del puerto de Maó. «Gibraltar y s’Arraval Vella des Castell son pueblos hermanos durante el siglo XVIII,    porque tienen el mismo tamaño, los dos dan servicio a una fortaleza, tienen una población cosmpolita llegada desde distinos puntos del Mediterráneo y se mueven en la misma dinámica comercial», señala Crespo. Este flujo de familias menorquinas hacia Gibraltar se intensificó a partir de 1730 y se alargó incluso más allá de 1802, cuando Menorca volvió a quedar bajo soberanía española, y solo se interrumpió con el inicio de la emigración menorquina hacia Argelia.

Mención aparte merece la presencia de sacerdotes menorquines en Gibraltar, que se trasladaron al Peñón atraídos por las buenas condiciones que ofrecía el enclave. Los gobernadores británicos de Gibraltar no querían a curas de la zona de Cádiz, puesto que consideraban que podían representar una amenaza, y establecieron que todos los religiosos del Peñón tenían que ser súbditos británicos. Por ello, los clérigos menorquines, al cumplir esta condición, se convirtieron en los candidatos ideales, un hecho que se sumaba al exceso de religiosos en la Isla. En este sentido, Pallicer asegura que «había auténticas luchas entre los curas menorquines para poder ir a Gibraltar, porque allí estaban apartados y vivían como reyes».

Actualmente, las huellas de este período de intensas relaciones entre Menorca y Gibraltar, se pueden rastrear en la guía telefónica del Peñón, donde no es difícil encontrar apellidos de origen menorquín, y tampoco es complicado hallar linajes muy presentes en la Isla entre las lápidas del cementerio. De igual modo, si paseamos por    Gibraltar, quizá nos topemos con el nombre de una calle o de un negocio que nos resulte familiar. Y es que la relación entre Menorca y el Peñón viene de lejos y, como ha quedado demostrado con el reciente incidente de los Red Arrows, parece que todavía no se ha escrito el último capítulo.

Gustavo Bacarisas Podestá, el gran pintor gibraltareño con raíces menorquinas

Gustavo Bacarisas Podestá (1872-1971) está considerado como uno de los pintores gibraltareños más destacados. Nació en el seno de una familia numerosa de la cual era el mayor de tres hermanos. En reconocimiento a su labor, Sir Joshua Hassan lo nombró hijo predilecto de Gibraltar en 1961 y primer Freemen of the City en 1962.

La familia paterna de Bacarisas era de origen menorquín, como indican los archivos eclesiásticos, y su abuelo fue uno de los muchos mahoneses que emigraron a Gibraltar. Y es que entre los menorquines que se trasladaron al Peñón encontramos un buen número de Vacarisses, inscritos en la documentación local con distintas grafías. La obra de Bacarisas está muy presente en Gibraltar, y se puede encontrar en edificios públicos y galerías de arte, además de reproducida en murales pintados en las calles.   

Alba Torrens engorda su palmarés

La familia Messa, un viaje desde el castillo de Sant Felip hasta la fortaleza de Gibraltar

Para el periodista Martí Crespo, la historia de la familia Messa representa a la perfección la relación entre Menorca y Gibraltar durante el siglo XVIII, así como el flujo de personas que se estableció entre los dos territorios.

Los Messa llegaron a Menorca a mediados del siglo XVII desde Extremadura, y se establecieron cerca del castillo de Sant Felip. La familia echó raíces en Menorca y prosperó gracias a las viñas que les servían para proveer de vino a los soldados. Según el censo gibraltareño de 1777, el carpintero Josep Serra, de 41 años, había llegado al Peñón en 1765, y su mujer, Anna Messa, de 39 años, se desplazó allí un poco después, en 1770, también procedente del Raval de Sant Felip, acompañada de un hermano suyo, el cura Rafael Messa, solicitado para hacerse cargo de la parroquia del Peñón.