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El pasado sábado, en una emocionante ceremonia revestida de silenciosa dignidad, el ministro del Interior imponía sobre el féretro del Policía Nacional D. Javier López la Medalla de Oro al Mérito Policial, la más alta condecoración que se concede a sus miembros. Junto a sus compañeros, Rodrigo Maseda y José Antonio Villamor, no dudó en lanzarse a la frías aguas de la playa de Orzán, intentando socorrer a un joven estudiante eslovaco arrastrado por un golpe de mar. Los veteranos policías, lejos de ponerse a juzgar la imprudencia, lejos de seguir protocolos y cánones reglamentarios, no dudaron en hacer lo que el deber les imponía, conscientes del riesgo que asumían. Les empujó un irreductible sentimiento del deber por encima de cualquier consideración o juicio. Me han recordado aquella decidida entrada de los bomberos de Nueva York en las Torres Gemelas, aquel aciago 11 de septiembre. Sabían de sobra donde se metían. Formados en la disciplina de grupo , siguiendo el ejemplo de sus jefes, unidos en un mismo sentimiento del deber , asumían el sacrificio en un supremo esfuerzo de ayudar a los encerrados entre las llamas del edificio.

Todas las gentes de armas y creo que toda la sociedad somos conscientes del valor de tener entre nosotros a ciudadanos de esta talla. Policías que han visto cómo se pedía su salida de trozos entrañables de nuestra geografía; que han sufrido atentados de ETA y que se mantienen firmes en su lucha por extinguirla; que ven cómo los miembros de otros cuerpos policiales locales o autonómicos, tienen mejores retribuciones , aun siendo menores sus responsabilidades; servidores más insultados que aplaudidos cuando lo que hacen es cumplir órdenes judiciales o de otros poderes del Estado. Son los mismos que ante cualquier error de algunos de sus miembros sufren descalificaciones generalizadas, o justicieras valoraciones de las que no pueden ni defenderse. De este Cuerpo han salido estos tres héroes de Orzán: uno ,descansando en su tierra, los otros dos «donde Dios quiera que estén». Con indiscutible acierto, la revista «Atenea», especializada como saben en temas de seguridad, recogía el pasado 29 de enero una referencia al éxito alcanzado en Gran Bretaña por una canción de homenaje a sus soldados en el exterior, interpretada por un coro formado por esposas de militares. El «single» «Wherever you are» –«Donde quiera que estés»– se ha convertido en el más vendido de la semana en Gran Bretaña con 556.000 copias distribuidas, lo que ha servido además para establecer un nuevo récord de copias vendidas de un single en 2011 en su primera semana de circulación.

Desde luego, yo me descubro. No sólo por las esposas de estos soldados ingleses, y generalizo pensando en las nuestras, a las que bien conozco, que han sido nuestro respaldo y el eje de la vida de nuestras familias. Me descubro ante el autor de la canción, un joven músico, Gareth Malone (1975), carismático y genial intérprete bien conocido en la televisión inglesa. Pero sobre todo me descubro por la sensibilidad de una sociedad como la inglesa, que asume orgullosa el esfuerzo y sacrificio de sus soldados, máxime cuando la larga permanencia en guerras como la de Irak o la de Afganistán exigen esfuerzos continuados que pueden provocar no sólo un desgaste mental y físico, sino aspectos no deseables de recriminación o desesperación ante la imposibilidad de alcanzar resultados palpables como podría ser ver como el ANA, el «Afghanistan National Army», se hace cargo con eficacia de la seguridad de su propio país. Francia está cayendo en el desánimo ante esta misma situación.

Los comentarios sobre la canción en la red son más que significativos. Si se repite una palabra en España es la de «envidia». También las de «respeto» y «admiración». «Son tantos años –dice alguien– de sembrar rencor hacia los militares que esto parece imposible en nuestro país».

No obstante, yo quisiera dar un toque de optimismo. No estamos hoy tan lejos, aunque necesitamos tiempo para alcanzarlo. El trabajo de erosión ha sido tan profundo que exige un esfuerzo de recomposición parejo. Porque no hay película, no hay serie de televisión en la que aparezca un militar o un policía que no se estereotipe, que no se caricaturice, cuando no se insulte. Y hay muchas formas de insultar sin cambiar la letra del guión: en el porte, en el físico, en el lenguaje soez. ¡Díganme cuándo han visto en nuestras pantallas –grandes y pequeñas– a un uniformado que represente el honor, como lo hace un Al Pacino en «Perfume de mujer»!

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«Wherever you are my love will keep you safe». «Estés donde estés mi amor te mantendrá a salvo».

¡Estéis donde estéis héroes de Orzán, soldados de muchos países que lucháis por la libertad, nuestro respeto y cariño está con vosotros!

Artículo publicado en "La Razón" el 1 de febrero de 2012