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Hace ya unas décadas la autoridad en las aulas, por regla general, la ejercían los profesores, a los que por supuesto se les trataba de usted. Estoy hablando de una clase teñida en la memoria en blanco y negro, de uniformes y de una disciplina un tanto cuartelaría donde a veces saltaba una tiza como un bólido (la verdad es que puntería, lo que se dice puntería, tenían los don y doñas de turno).

Sonaba la sirena y al patio, zona más relajada pero donde ahí el poder lo dictaban los jefes de la tribu, eran los gallitos los que ponían las normas (eso si no te birlaban el bocata). Primero los motes, segundo las frases despectivas porque eras diferente… y, al menos, para el que escribe, la elección de los componentes para un equipo de fútbol era una tortura. Corrían los nombres y si eras gordito, bajito…tenías suerte si al menos te seleccionaban, aunque fuera de relleno.

Volvamos a los colores del siglo XXI. La enseñanza (que la educación corresponde a los progenitores) ha evolucionado al ritmo de la sociedad que tiene un reflejo en las aulas y los gallitos se mueven no solo a la hora del desayuno, sino que su territorio es cualquier parte del centro.

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Algo está pasando si la conflictividad en el ámbito escolar ha crecido en un 69 por ciento en 2016 respecto al año anterior, así lo han comunicado los policías tutores. Con esto de las estadísticas siempre me asalta una duda. Se crece porque se ha perdido el miedo a las denuncias o porque hay más vigilancia o concienciación ante este problema. Supongo que será una mezcla de todo.

Lo que hay que aplaudir es el trabajo que están haciendo, eso sí con pocos efectivos, los policías tutores de Menorca. Es una figura que interviene ante un caso que puede derivar en daños psicológicos.

Sí, el que lleva gafas las seguirá llevando y al menos hábil le costará jugar a fútbol. Lo que está claro es que ahora los gallos es más fácil que vayan al corral.