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Hace muchos años, en una vieja exrepública que luchaba por salvar la vida, corrió la noticia de que el dictador había muerto. Ese día nació la hermosa joven Blancalibertad de las cenizas de los republicanos muertos en los postreros años.

La vieja Reinadicta, que había podido engañar al pueblo con una nueva constitución que parecía que devolvía la libertad a sus habitantes, pero que, en realidad, salvaguardaba la vida y propiedades de los viejos fascistas, odiaba sin límites a Blancalibertad y siempre que podía la ponía en evidencia con mentiras y manipulaciones.

Al cabo de unos cuarenta años la siempre joven Blancalibertad hizo unos amigos de una colonia cercana, donde las libertades estaban en auge, con leyes democráticas hechas por el pueblo y para el pueblo. Algunas basadas en el principio reconocido de que cualquier pueblo o grupo de pueblos con lengua y cultura propias podían formar un nuevo Estado. Desgraciadamente, la Reinadicta intervino anulando las leyes, encerrando a su gobierno y disolviendo su parlamento.

Blancalibertad pidió ayuda a sus vecinos para que informaran a los diputados de aquellas latitudes y unieran fuerzas para defender la débil pseudodemocracia.

Los amigos viajaron y al cabo de cierto tiempo llegaron unos diputados. El más valiente y apuesto se presento a Blancalibertad diciéndole:

- Mis amigos me han hecho llegar su mensaje y venimos dispuestos a luchar por las libertades.

Un espía de la Reinadicta oyó estas palabras y se las comunicó a la tirana. Sin perder un minuto, la roñosa reina fue a pedir consejo a su espejo:

- Espejo, espejito mágico, ¿quién es la más demócrata de nuestro reino?

- Tú eres una facha centralista y Blancalibertad es, como insinúa su nombre, ¡una demócrata de verdad!

Al oír estas palabras, la Reinadicta montó en cólera y llamó a las fuerzas de seguridad para que detuvieran a los diputados de la colonia y a todos los que pensaran como ellos y tuvieran cargo público.

- Ningún colono nos dará lecciones de cómo hemos de dirigir nuestro país, ¡el Estado de derecho perseguirá los delitos de sedición, rebelión y malversación!

No contenta con eso, decidió silenciar a Blancalibertad y ordenó detenerla a la policía secreta. Avisada de las intenciones de la vieja, Blancalibertad corrió a esconderse en los bosques del país vecino. Agotada por el esfuerzo y el estrés, cayó en un profundo sueño y cuando despertó se encontró rodeada de jóvenes que la acompañaron a su refugio. Eran los siete jueces para la democracia.

Allí conversaron acerca del problema que suponía la falta de libertades individuales y de los pueblos del Reino. No faltaron comentarios sobre el grado de podredumbre y corrupción del aparato del Estado y judicial, así como la tolerancia del pueblo hacia estos desmanes. El «todo está atado y bien atado» tardará tiempo en desvanecerse, decían. «Incluso vuelve a ejercitarse la censura gubernamental en los medios de comunicación y se pretende aplicar también en las redes sociales...». Le aconsejaron permanecer en el extranjero y esperar nuevos vientos.

La Reinadicta volvió a consultar al espejito mágico constitucional, que había hecho construir, porque el antiguo le decía verdades que no quería oír.

- Espejito, espejito mágico, ¿dime quien es la más demócrata del reino?

- Eres tú, mi reina, pero he de decirte que lo eres porque Blancalibertad ha huido y se ha refugiado en un país vecino.

Hecha una furia mandó a los jueces pedir una orden de detención internacional por colaboración con los diputados rebeldes. Pero la orden no surtió efecto y para calmar el clamor popular, convocó elecciones en la colonia.

- Las ganaremos de calle, porque tengo en prisión a todos los personajes públicos que están a favor de las ideas de libertad y Blancalibertad está en el extranjero. Además, tendré la colaboración inestimable del aparato del Estado, de los medios de comunicación, de las organizaciones de empresarios, de la banca... ¡No podemos perder, hemos de ganar! - exclamó encendida de rabia.

Llegó el día de las elecciones y los amigos de la colonia de Blancalibertad ganaron las elecciones. La vieja y casposa Reinadicta no aceptó los resultados y mandó mantener en prisión a los cargos electos de la colonia. Pero el tribunal internacional mandó liberar a los detenidos y estos se fueron a vivir con Blancalibertad, lejos de las garras de la Reinadicta, en un país vecino esperando poder volver y que la democracia finalmente se instalara de forma rotunda en el Reino y, por consiguiente, en la colonia.