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Una de las reacciones más sorprendentes asociadas a la crisis del coronavirus ha sido la invasión de supermercados y grandes superficies por parte de miles de consumidores, la compra compulsiva de alimentos frescos y envasados, además de otros productos –preferente de higiene personal– se ha propagado sin ningún tipo de justificación.

Ninguna información ha sugerido la posibilidad de problemas de abastecimiento en nuestro país, pero este comportamiento –del que Balears no se ha librado– se ha extendido de manera irracional y que evidencia, como mínimo, el grado de preocupación ciudadana con la que se vive el brote pandémico del covid-19. Es probable que, como ya ocurrió en 1990 con el estallido de la Guerra del Golfo, el papel de los medios de comunicación –en especial de determinados programas de televisión– haya desbordado la capacidad de contención y serenidad de nuestra sociedad. El poder de influencia de determinados comunicadores y la insistencia en generar espectáculo con la información acaba generando un cóctel peligroso.

El Ministerio de Sanidad ha designado un solo portavoz, el mejor método para unificar el mensaje, pero no ha logrado contrarrestar la propagación de noticias falsas o análisis poco rigurosos que, al fin y a la postre, en poco o nada han ayudado para tranquilizar a la ciudadanía.