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Haití ha sufrido un terremoto devastador. A la pobreza y violencia que ha padecido esta república caribeña, se suma la Madre Naturaleza y sus movimientos geológicos. De repente, todo se ha derrumbado. En cuestión de un minuto, de una apacible rutina se ha pasado al caos absoluto. Miles y miles de muertos, heridos, desaparecidos o sepultados vivos entre los escombros. Como ha pasado otras veces, (con tsunamis, incendios, erupciones volcánicas, huracanes, atentados terroristas…) la comunidad internacional se ha movilizado. Para millones de personas, ha sido la primera plana de su diario, la principal noticia del día. Pero hay quien se dirige hacia el epicentro del dolor.
M. es enfermera y, desde hace años, pertenece a una organización no gubernamental de ayuda humanitaria. La han llamado y se ha ido hacia ese país devastado, hecho añicos. Sabe que puede aportar un granito de arena ante la magnitud de la tragedia. Pero ese diminuto grano de arena puede salvar vidas, consolar, acompañar en las horas negras de soledad infinita. Cuando la ves partir, sientes que algo te impulsa a acompañarla. Su valentía y su entrega te emocionan. En un mundo como el nuestro, la solidaridad sorprende. Lo que parecía no existir, aparece, de pronto, ante nuestros ojos y se concentra allá donde más se necesita. Sólo busca obtener lo que da. Con eso le basta, y todo lo demás sobra.
La obsesión por la seguridad, por el bienestar, la comodidad y el poder, son rasgos humanos que no podemos negar. Luchamos y trabajamos para alcanzar cotas cada vez más elevadas de todas esas cosas. A costa de desigualdades, de opresiones, y de injusticias flagrantes, muchas veces. Pero otro día hablaremos de eso. Hoy es preciso no desviar la mirada de aquellos que lo han perdido todo, de los que lo dan todo, y de sentirnos unidos en situaciones que nos exigen sacar lo mejor que llevamos dentro.
Porque ante tales catástrofes, aparece lo mejor y lo peor. Las carencias ocultas durante años se hacen visibles y dificultan la ayuda. Por falta de coordinación, de elementales infraestructuras de seguridad, de educación… Parece que llueve sobre mojado. Y los países, deberían estar a la altura de algunos individuos.
Cuando el mundo se hunde y el cielo se derrumba, sabemos que todos viajamos en el mismo planeta. Es entonces, en medio de la oscuridad más absoluta, de la tragedia más cruel y dolorosa, cuando aparecen ejemplos de vidas entregadas en ayudar al prójimo, de donaciones generosas, de solidaridad mundial, sin rostros famosos ni fronteras políticas. Y sólo entonces nos parece, que nunca habíamos entendido ni estado tan cerca de comprender, lo que significa ser humano.