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Un papel, en una obra de teatro, existe independientemente de cualquier actor. Prescribe unas acciones y lo que hay que decir, en un momento dado. - "Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando..." ¿Cuántas veces se habrán repetido las mismas palabras, de Calderón de la Barca, sobre un escenario? Miles de actores diferentes les habrán dado su entonación personal. Pero las personas pasan y la misma historia permanece.

Representamos papeles, como buenos o malos actores. Y como en el teatro, los espectadores no conocen lo que ocurre entre bastidores, aquello que no mostramos a los demás, pero que forma parte de nuestra intimidad. Cuando amanece por el horizonte y se encienden las luces de un nuevo día, se levanta otra vez el telón. Cada uno con el rol que tiene asignado. En nuestras manos está, la interpretación sublime o discreta, hacer disfrutar o aburrir al prójimo que nos observa, sentir al personaje o actuar sin creérselo, mecánicamente. Hay obras para repetir, y otras para olvidar cuanto antes. Incluso a veces, nos sentimos perdidos en nuestro papel. - "Me he quedado en blanco y no he sabido qué decir". Llamémosle timidez. También hay quien escribe su propio guión y cambia la obra para siempre.

Representar es una cosa, pero la hipocresía está mal vista. Poéticamente habla el Evangelio de las personas hipócritas como "sepulcros blanqueados". Lo vemos estos días en los medios de comunicación: campañas de imagen por fuera, pero corrupción galopante por dentro.

Los políticos no siempre dicen la verdad sino lo que conviene oír. - "No hay crisis de las gordas, sólo desaceleración. Saldremos en unos meses y aquí no ha pasado nada. (¿Qué has fumado que ves brotes verdes?) La diferencia entre guerra y misión de paz depende del color con que se mira". La demagogia (según el diccionario: "ideología o actuación que trata de ocultar una serie de problemas sociales, de carácter global, con promesas vagas que, al fin, no llegan a cumplirse") es culpa del que se la cree.

No vale poner buena cara y traicionar por la espalda. O predicar una cosa y luego hacer todo lo contrario. La sinceridad es un reto y una gran cualidad que nos conviene cultivar.
Mentimos por piedad, por malicia o por vicio. Y es difícil detectarlo a no ser que te llames Pinocho. Podemos engañar con la apariencia física, recurriendo a la cirugía estética. En este caso, con la mentira te disminuye la nariz. El cuento al revés. Algunas estrategias comerciales se parecen demasiado al timo. Pero, a fin de cuentas, ¿quién se va a leer la letra pequeña?

Y ahora, por una noche, podemos cambiar de sexo, de oficio, de cara, de nacionalidad, de vestuario y de clase social, de vida y de fortuna. Solo por una noche. Cuando el Carnaval se acabe, volveremos a casa y nos disfrazaremos de nuevo.