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Intentando complacer a un grupo de jóvenes muchachas, me dispongo a memorizar estas cosas pasadas, vividas en el capitulo de la juventud, siempre gratas de revivir, por cuanto representaron. Tema desconocido, por los nacidos en estas últimas décadas, a no ser que les agrade o se interesen, por cuanto hicieron sus abuelos, en los tiempos de quan el bon Jesuset anava a peu. Es curioso, con frecuencia algunos mayores asocian a los nietos, como desentendidos lo que equivaldría a pasotas, pudiendo comprobar que los hay que se interesan por el ayer.

Fue tras la cena, Agadet apenas había retirado de la mesa platos, vasos y cubiertos, con la ayuda del filatero que aquella noche fue invitado. La tarde anterior, es pillo, observó tras la Paret del camino, cómo se iban recogiendo las patatas. Tubérculos de excepción continúan siendo de llavor menorquina. Nuestra cocinera, las sirvió fritas a la inglesa como llamaban nuestras madres y abuelas al cortarlas redondas en vez de alargadas, como más tarde se llamaron, churras. Nada tienen que ver las de sobre, en comparación, con las que se sirvieron en es lloc de sa figuera. Acompañadas de medallones de lomo, con salsa de naranjas, cítricos que con tanta abundancia nos han prodigado los naranjos, que a pesar de llevar infinidad de años sembrados, ahí están continuando en ello, favoreciéndonos con sus frutos.

Bajamos varias cajas de fotografías, siempre preferibles a los álbumes. Por supuesto que de éstos hay infinidad, ordenados, con fechas y lugar donde se hicieron. Pero las más antiguaslas resguardo para estos ratos de intimidad, gozándolas en noches especiales, en que el frío, la tormenta y la lluvia me acompañan, yendo a la cama amb ses gallines, cubriendo mis espaldas con la pañoleta de lana de angora en tono gris perla, la misma que llevaba mamá Teresa. Oliendo la fragancia de su agua de colonia, junto a su jabón de tocador. Fue una de sus últimas labores. La guardo como si fuese una alhaja de perlas y brillantes. Envuelta en papel de seda rosa, atada por una blanca lazada, de satén, la misma que remataba, el camisón del mismo color, con canesú bordado en nido de abeja, comprado en la tienda de Niní Oliver. Aquella prenda de mi ajuar, deseaba estrenarla, para una gran ocasión. Así fue, con ella entré al paritorio, del Hospital Civil, la madrugada del siete de enero de 1970.

Y charlamos de tantas cosas... Desviándose la conversación, entre una cosa y otra, promovieron el que ses al·lotes, se interesaran por saber, algo sobre el comportamiento que llevaban a cabo los jóvenes de mi época…

Se puede hablar de cómo era el comportamiento entre chicos y chicas, pero no, de cómo llegaba el amor, éste siempre imprevisible, haciendo acto de presencia casualmente.

De haber aflorado el sentimiento de enamoramiento y no haber hablado jamás juntos, el joven intentaba charlar con la muchacha, o bien cuando aquella paseaba con sus amigas por la calle Nueva y Ravaleta, o la Explanada de ser verano. De apetecerle, que el joven se acercara a ella, se situaba en uno de los extremos del grupo, de lo contrario, se quedaba en el centro, que era lo que hacían ses al·lotes que tenían novio, evitando que nadie se pudiera acercar.
Por regla general, esta situación duraba unos meses, según lo lanzado que fuera es jove. Los tímidos allargaven sa toca, hasta que por fin, tras decidirse empezaban a salir solos, no muy lejos del grupo, sentándose un devora s'altre, en la cafetería, en el cine. Hasta que llegaba el momento de pedir permiso al futuro suegro para poderla acompañar hasta la puerta de su casa, però res d'entrar.

Solía suceder que de ser invierno, la familia le daba entrada, evitándoles pasaran frío charlando en la puerta, acelerando los acontecimientos, no estaba bien visto que se llevara a cabo, sin haber sido visitados por los padres del chico una tarde cualquiera de un domingo, formalizándose el compromiso… un rollo.
Se les recibía invitándoles, a tomar café. Haciendo que los padres de la novia, tuvieran que devolver la visita, tot era un nai nai. Los primeros pasos protocolarios, se habían llevado a cabo y ya eran novios formales, las dos familias ya se conocían, y el entorno familiar, también. No quedaba mas que esperar y, dar tiempo al tiempo.

A partir de aquel momento, cada pareja vivía su situación, unos con más suerte que otros. Los había que llegaban felizmente a casarse, mientras otros se cansaban, a medio camino. Como dice Praxèdies, más que cansarse, lo que sucedía que los había que además de truhanes, mujeriegos, vagos y embusteros, no había quien pudiera posar-los es cabresta. Haciendo perder el tiempo a la joven.

Por lo contrario, siempre los hubo de comportamiento, respetuoso y caballeros.

Es preciso añadir que estaba mal visto, que las muchachas, hubieran cortejado varios novios. Siempre escuché a los mayores que muchas se casaban con su prometido a pesar de intuir que aquel era una pipida de llautó.

Intente versar el tema, partiendo de una pareja seria y formal. De ser así, muy pronto empezaban a fer dot. Aprovechando las festividades de Reyes, onomásticas, cumpleaños que cuanto se tuvieran que regalar tuviera una finalidad para el día de mañana. No tan solo la pareja, toda la familia seguía en lo mismo, el primer regalo, era la foto de cada uno de ellos, de esta manera en ambos dormitorios se encontraba s'al·lot, o s'al·lota. Después llegaba un anillo, o una pulserita de oro res de l'altre món.

En Menorca, no se conocían las listas de bodas, éstas llegaron a mitad de los sesenta. Lo cual significa, se debían adquirir cuanto se necesitaba en un hogar. Solía iniciarse con la vajilla, juego de café, vasos para acompañar la misma, cubertería, batería de cocina, la maquinilla de capular carn y otra para las almendras. Estos dos artilugios junto a los elementos básicos para la cocina, solía regalarlos una de las abuelas de los chicos. Las sábanas, toallas, mantelerías, peinadores, bolsa de peines, para las agujas de tender, para guardar los cereales, la de ir a buscar el pan, tapetes de té, tapetes de bandeja, todo ello se compraba a medias, con la particularidad que cada uno de ellos se encargaba de bordarlo.

No existía una cantidad marcada, cada cual compraba lo que buenamente podía. Cada uno de ellos, solía aportar 6 sábanas bajeras, y 6 de damunt. Mantas de lana, alguna de algodón, cubrecama.

Cuando escribí sobre la bisutería y sus bisuteros dejé muy claro, de cómo se solían administrar las ganancias respecto a las jóvenes casaderas haciendo fondo en comercios de tejidos. De esta manera, les era más fácil poder hacer la dote. No sucedía lo mismo, con las de casa benestant.

A la hora de casarse, recibían regalos, la mayoría de veces repetidos. Cada cual les obsequiaba al tun tun.

Los muebles. Otro tema a tener en cuenta, se encargaban a carpinteros, que se dedicaban a ello. Me refiero a artesanos que aquí siempre los hubo de muy habilidosos y que no puedo dar nombres, porque en estos momentos no els tenc a mà. Y lamentaría dejarme alguno, en otra ocasión publicaré el listado de que dispongo. Fue en los cincuenta que llegó de Valencia la casa Gali con grandes novedades. En Mahón se encontraba, el señor Victori de la calle de la Infanta.
El tema es largo y da para mucho, intentaré ir hablando y comentando los pormenores hasta llegar al día de la boda.