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Es curioso. Hace ya un tiempo que me he dado cuenta de que, cuando alguien se compromete con alguna causa en la vida, hay un problema: demasiada ironía. Una se pregunta cómo es posible que haya personas siendo denunciadas por realizar labores de las que se deberían ocupar otros ciudadanos o la Administración. Una cuestiona cómo puede ser que haya un sector profesional que pretenda frenar iniciativas que llegan desde el extranjero para mejorar la calidad de vida de otros seres vivos, y una reflexiona sobre cuánto pesan los intereses económicos y la venda que muchos tienen sobre los ojos. Me refiero al caso de aquella mujer que emplea su tiempo y su dinero en controlar las colonias de gatos y el propio Ayuntamiento le prohíbe volver a hacerlo; el caso de veterinarios alemanes que se ofrecen para esterilizar animales callejeros gratuitamente en Menorca y algunos compañeros de profesión de la Isla, que ni lo hacen ni se ofrecen, se quejen e intenten evitarlo; el caso de esos voluntarios que, con su esfuerzo, ayudan a mejorar las condiciones de los centros de acogida donde viven animales abandonados porque los verdaderos responsables todavía deben dar mil pasos... Ahí está el problema, es todo demasiado irónico y lo duro es que, la ignorancia y la pasividad de algunos, la pagan otros.