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Agavillados, con el pelo engominado unos y otros con el bigote remedando el que lucían antaño los antiguos bandoleros, se fueron de bodorrio al mismo lugar donde al final venimos a darnos cuenta que el cuerpo de un rey muerto ocupa el mismo espacio que el cuerpo del más humilde de sus lacayos.

Si alguna vez fue cierto que la cara es el espejo del alma, allí había algunas caras que sostenían el alma apuntalada en el muladar de la buchaca llena y la manga ancha. Disfrazados de chaqué, de cuyos faldones les asomaba a más de uno la arrogancia del poder, mientras que otros, aferrados al dinero fácil, creían haber encontrado su mina de oro, no bajo la pétrea custodia de la madre tierra, si no sobre la madrastra envilecida a la intemperie de nuestras miserias, asentada hoy en día sobre moquetas de algunos despachos ocupados por aquellos que antaño transitaban furtivos por las trochas de Sierra Morena con el herrumbroso trabuco al hombro, la navaja de muelles en la faldriquera y tocados con un mugriento calañés. Hoy el bandolero del moderno bandolerismo, ni anda, ni monta sobre famélicos jumentos, si no sobre coches de 40.000 euros, luciendo trajes de milano y cobijado en lujosas casas cuando no en palacetes. Y cuando hay que ajustar cuentas, no se citan en un cruce de caminos, ni en una venta de mal pelaje a las afueras de sus dominios.

De un viaje a Grecia se trajeron la imagen de las cariátides para la porchada de sus casas señoriales o para las alcobas de sus palacios y de una película de Coppola, la vendetta sin dar la cara. Si les fallan las leyes, de por si laxas, leyes a la medida, encuentran manipuladores a sueldo que las retuercen, que las desfiguran o que las anulan para seguir ellos poniendo, si se tercia, los pies sobre la mesa del político regional o nacional, que sin pudor y sin dignidad, les ha facilitado recalificaciones de terrenos que se han comprado cuando no tenían ni valor para comer en ellos las cabras, y luego han costado un Potosí.

Cuando las cosas se ponen feas, acuden a los amigos, a veces a sus iguales, que les deben los favores recibidos desde sus prevaricaciones.

Qué escandaloso resulta, qué indecencia, que una familia apenas tenga 300 euros para comer durante un mes, mientras otros, sin mayores méritos ni trabajos, hayan tenido dinero para comprarse escobillas de váter a 300 euros. Qué humanas ignorancias las que acaban por creer que su suerte en la vida procede de su esfuerzo y ese esfuerzo de la decencia, cuando es lo cierto que no hay esfuerzo ninguno y que lo suyo no es suerte, si no carencia de dignidad y orfandad de vergüenza. Personajes a los que no les hace falta limpiarse el culo para estar cerca de la mierda. Mientras tanto, otros políticos que deberían cortar estas mezquindades por lo sano, se convierten en maestros consumados en el manejo de eufemismos. Se auto incapacitan para reconocer las cercanas indecencias mientras señalan con prontitud y rigor las miserias ajenas. Al final, el votante ve con estupor como unos y otros acuden al lodazal de "Y TÚ MÁS". No me extraña nada, como dice Rosa Mª Artal: "Que muchos españoles empiezan a soñar con una cerilla y un bidón de gasolina". Imagino yo que será para acabar de quemar las ilusiones que aún nos quedan de las muchas que nos trajo la ansiada democracia o aquella fe en los políticos, que después de tantos años de "trágala" por fin podíamos elegir nosotros.

No sé que clase de pecado será el que una cuadrilla de aprovechados se haya puesto la máscara de la democracia sobre sus caraduras, fingiéndose servidores del pueblo y de esa suerte se han colado en el oficio de la política para enriquecerse a costa de quienes les votamos y pagamos. Qué desilusión ver que los que elegimos para defender nuestros intereses sólo piensan en los suyos. Esa diferencia entre el interés propio y el interés común es la fina línea, la barda que separa la decencia de la indecencia. Lo único que alguna de esta gente ve en la política es que separa la humildad del ir tirando, de la riqueza sin cuento, el palacio con escobillas de váter de 300 euros del piso humilde de dos habitaciones, el pasarlas canutas con 1000 euros para llegar a fin de mes a poder pagar fianzas de 500 millones de pesetas para seguir en la calle. Todo ello, como es natural, "presuntamente", faltaría más.