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Es más que explicable la desafección política que las encuestas y sondeos de opinión registran un día sí y otro también como un síntoma alarmante de un modo de pensar generalizado. No es una buena noticia que la ciudadanía se desentienda de la cosa pública por el hecho de que algunos de sus administradores sean corruptos. Si donde escribo "algunos" alguien colocara el adverbio "muchos" o "todos", a parte de ser exagerado y sobre todo injusto con la llamada clase política, el problema de la corrupción habría alcanzado una gravedad extrema. Quiero creer que en este momento histórico no hemos llegado a este punto. Todavía.

Todavía si no se produce -y ya- una reacción enérgica y obligada en la abrumadora mayoría de ciudadanos honrados -es lo que pienso- que no se limiten a expresar su indignación y a condenar la conducta indigna de tanto ladrón camuflado en muchos centros de poder, sino a tomar partido a favor de iniciativas concretas y operativas que, partiendo de una transparencia total en este ámbito, haga posible abrigar la esperanza de que la plaga de la corrupción que nos invade por todas partes desaparezca de nuestro horizonte inmediato o se reduzca al menos, seamos realistas, a las dimensiones quizá inevitables que son el tributo de la enorme debilidad de la condición humana.

Una cosa, sin embargo, es desentenderse de la política (léase más bien politiquería) y mostrarse escéptico a la hora de votar a uno u otro partido o decidirse a favor de un determinado líder con ocasión de las frecuentes contiendas electorales a las que somos invitados a participar, con el falso(?) pretexto de que todos son iguales; y otra muy distinta es cerrarse en banda y negarse a colaborar en una multitud de generosas iniciativas en tantos y tantos ámbitos, orientadas todas ellas a que la sociedad en la que nos ha tocado vivir, sea cada día un poco mejor. Son dos frentes no necesariamente confundibles. "Nadie entre nosotros puede ya buscar y hallar un refugio privado frente a las tormentas que se originan en cualquier rincón del orbe", ha escrito el sociólogo Zygmunt Bauman. El mundo se ha vuelto demasiado pequeño para que uno intente volar solo y por su cuenta pensando equivocadamente que no le vayan a alcanzar aunque sea de rebote los tiros que se disparan en cualquier lejano o lejanísimo lugar. Ahora ya no vale lo de "ande yo caliente y ríase la gente". Según y cómo vayan las cosas vamos a reír o a llorar todos juntos. Depende.