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Hace unos días, un amable paisano me preguntó si un ministro/a del Ejército tiene que saber de armamento, de estrategias militares o del tipo de rancho que se le sirve a la tropa, o si un ministro de exteriores debe estar en posesión de la carrera diplomática…pues…no…no, creo que no. Mire usted, le dije, la señora Jiménez, Doña Trinidad, andaba en lo de la sanidad pública y de un día para otro, más deprisa que corriendo, ha pasado a ser ministra de Exteriores. Dos ministerios cuyas funciones se parecen menos que un huevo y unas tenazas.

Un ministro/a no es otra cosa que un gestor/a, se trata de gestionar bien los recursos que el ministerio tenga, procurando conocer las necesidades de la demanda social y las prioridades de las mismas y todo eso, que no es poco, armonizarlo.

Creo, por poner un drástico ejemplo, que nuestra ministra del Ejército, posiblemente no sepa sobre armas, cómo se carga una simple escopeta de caza para cazar un tordo; ni por eso la señora Pajín, doña Leyre, debe saber cómo se pone una simple vacuna.

Si nos da por ese entretenimiento de buscarle pies al gato, seguramente nos parecerá lógico que un ministro del Ejército sea un general y no un general sin oficio, como ese que ha nombrado su padre, el norcoreano Kim Jong II, de tal manera que si a su señora madre le hubiera preguntado al dar a luz: ¿Señora, que ha sido, niño o niña? Bien podría haber dicho, general, ha sido un general. No, yo no me refiero a esos generales que ya nacen generales, si no a los que han vivido y convivido en el ejército toda una vida hasta alcanzar el fajín de seda y ser generales por derecho. O el ministro/a de Sanidad, que parece de cajón que tenga que ser una persona que conozca los achaques de la sanidad. Un médico sería entonces lo indicado. Y el ministro de Agricultura no puede ser una persona que crea que los olmos dan peras y los perales sandías. Y así hasta pasar por todos los ministerios, sin embargo, esa visión del asunto no es más que una completa idiotez. Un ministerio lo que necesita es una persona capacitada para dirigirlo. Por poner un ejemplo, les garantizo que el Museo del Prado no estará mejor organizado por un pintor que por un licenciado en química. Pero dicho esto, conviene hacer alguna precisión: un ingeniero aeronáutico (conozco un caso) puede dirigir como director una empresa textil y hacerlo muy bien, pero un técnico textil no podrá construir un avión. Un médico podrá organizar un gran almacén de productos agropecuarios, pero un ingeniero agrónomo no podrá operar una simple apendicitis. Una cosa es gestionar y otra muy distinta es llevar a cabo ciertos trabajos donde se requieren conocimientos específicos.

El trabajo de los ministros/as consiste en dirigir un ministerio, para lo que sin duda se necesita una amplia, yo diría demostrada capacidad, de dirección organizativa. Luego ya se consultarán las cuestiones técnicas con los especialistas que sean necesarios. No hace falta, pues, que el ministro del Ejército sea un general, ni el de Sanidad un médico, ni el de Agricultura un "l'amo de lloc".

Lo que es inevitable que suceda es que la persona que de la noche a la mañana se ve autorizada de ministro/a, llegue a su despacho sin saber de todo aquello "ni de la misa a la media". Y tendrá que fiar, al principio, en otros sobre lo que ignora del cargo que ocupa, que suele ser todo o casi todo. De manera que, hasta ponerse al día, el "barco" navegará por la inercia de la corriente de su propia razón de ser. Como le debe pasar a quien una mañana amanece de presidente del Gobierno (que nunca estuvo en una más gorda). De ahí esos 100 días de cortesía, porque a la fecha de hoy, en ninguna universidad se estudia para ministro/a o para presidente. Esos son trabajos cuyas sabidurías se hacen en el cargo. Luego, hay personas que se muestran capaces para el oficio, y otras son una completa nulidad, y no me hagan que les dé nombres.