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En 1975, la incertidumbre flotaba en el ambiente. Son esos momentos, en los que suelen aparecer negros presagios. Hubo quien temía lo peor y la tensión aumentaba con las bajas temperaturas de noviembre. Multitud de españoles se afanaban, en la sombra, para traer la anhelada democracia.

- Pero ¿cómo se puede pasar, de una dictadura a una democracia?

- Es imprescindible hacer una transición pacífica…- dijo el de mayor edad.

- Necesitamos un puente, o la corriente turbulenta del río nos arrastrará a todos.

- Pongámonos de acuerdo en lo fundamental. Una norma, superior a todas las demás, que organice nuestra convivencia en libertad sin ira.

Los que habían sido enemigos, se reunieron para hablar, evitando que el odio y la sinrazón prendiesen nuevamente cual incendio incontrolado. Escuchando, discutiendo, pero también cediendo y acordando… teniendo todos ellos muy presente, lo que se jugaban en ese momento histórico. Cuando queremos pasar de una realidad a un mañana que todavía no existe, y que no sabemos si existirá, necesitamos cruzar un puente. Ese puente que edificamos, entre el temor y la ilusión de aquellos días, fue la Constitución del 78.

A principios de 1981, un 23 de febrero, a punto estuvo de venirse todo abajo. Pero se pudo comprobar entonces, que la base era más sólida de lo que muchos pensaban. Hubo que arrimar el hombro. Era la hora y el momento. Dejamos la orilla del pretérito, reciente aun en la memoria, y nos encaminamos a la otra orilla, fijando como meta: "Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes, conforme a un orden económico y social justo". (Preámbulo)

Es verdad que una ley, por si sola, no basta. Hay que trabajar y luchar, continuamente, para que se cumplan las palabras. Los corruptos, los mafiosos, los avatares económicos y sociales, las injusticias e incumplimientos, la utilización partidista de las instituciones…hay tantas fuerzas que intentan cargarse ese puente…tiene tantos enemigos…

"Artículo 35.
1. Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo."

Un puente así, solo pueden levantarlo hombres cultos, que anteponen los más altos ideales comunes a sus legítimos intereses particulares. Es posible que algunos, quieran destruirlo o debilitarlo. ¡Ojalá que si llega ese día, no nos quedemos sin el material ni la energía suficiente, para mantenerlo en pie!'