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Somos el único animal que se pone piedras en el camino de la vida, con las que luego tropezamos.

Atrás, lastrado de problemas económicos, el desempleo y los recortes sociales, se nos ha ido un año verdaderamente aciago. Y encima, en vez de venir el nuevo año con un pan debajo del brazo, se nos anuncia que el año apenas nonato, será tan malo o peor que el que se nos ha ido, probablemente peor, y ojalá que en este oficio de andar metido a oráculo futurista, me equivoque, que no vean ustedes lo que me alegraría. Pero con los mimbres que veo, milagro será que nos salga un cesto lucido. Vayamos a que no nos pase como la del niño, que acertó a preguntarle a su padre qué cosa era el futuro y su padre, mirándole, le dijo: mira hijo, yo soy casi todo pasado y algo de presente. Tú… tú eres el futuro. Como en mala hora el pequeño se había comido su porción de tarta y la de sus hermanos, se conoce que se le había soltado el vientre, o sería que tenía las canillas flojas, el caso fue que se había hecho la caca encima. Y con estas trazas le dijo al padre: pues si dice usted padre que yo soy el futuro, ahora mismo le anticipo que me espera un futuro lleno de mierda.

Por estas fechas, sabedores de que podemos corregirnos, nos asiste la razón de decirnos a nosotros mismos aquello de "Año Nuevo, vida nueva". Lo malo de esos buenos deseos está en que para alcanzarlos debemos empezar por cambiar nuestras costumbres, nuestros hábitos y tengan por seguro que eso cuesta. Normalmente viene a ser como lo de la linde y el tonto: "cuando el tonto sigue la linde, la linde acaba y el tonto sigue". A nosotros nos pasa lo mismo, seguimos con la tontuna de fumar demasiado a sabiendas de que no es bueno, o bebemos sin sed a sabiendas que cuando se bebe sin sed lo que se bebe no es agua, y que tampoco por eso para nada es aconsejable los excesos alcohólicos.
Es un deseo frecuente que solemos hacernos por estas fechas al principiar el año, cuando acontece que nos vemos en un espejo de cuerpo entero y el espejo no engaña, allí descubrimos que hemos alcanzado la condición del tordo, pues como aquel tenemos la cara fina y el culo gordo. Entonces decimos: voy a empezar a practicar algún deporte, aunque sea el más barato y antiguo, andar, andar, por lo menos 1 o 2 horas diarias, y muy puestos añadimos, y me voy a poner un poco a régimen. Con suerte conseguimos empezar ambas sanas costumbres, pero aquellos cuatro kilos que nos hemos puesto estos días, repartidos los hombres en la barriga y las mujeres en las "cartucheras", así como quien no quiere la cosa, en un plis plas, no nos los vamos a quitar de encima en el mismo número de días que tardamos en cogerlos. Nos harán falta muchos días, quizás semanas, cuando no meses, porque los kilos se cogen fáciles, pero soltarlos ya es otra cosa.

Verdaderamente no es un fastidio pequeño venir a caer en la cuenta que la mayoría de las cosas que nos gustan, o son caras, o están prohibidas, o engordan.
Por estas fechas también tenemos otros propósitos, algunos descubren que gastan lo que ganan y a veces incluso más, y se proponen ahorrar. Normalmente no les suele funcionar porque además de con la boca, comemos con los ojos, lo que se dice "culo veo, culo quiero". Y cuando el buen propósito no va acompañado de la acción, se queda sólo en propósito. El que no está acostumbrado, el que no tiene bien amarrada la disciplina de una cierta tacañería personal, le pasa como quien no está acostumbrado a bragas, que las costuras le hacen llagas. Algunos hay que por estos días caen en la cuenta de su mal carácter, y se hacen por enésima vez el mismo propósito, del que ya vienen fracasados de si mismos año tras año. Algunos, ni aún dándole a un pobre 6 euros, cada vez que sacan al Neanderthal que llevan dentro, serían capaces de reciclarse. Debe ser por aquello de genio y figura hasta la sepultura, ¡o yo qué sé!

El Año Nuevo parece como si viniera acompañado de un punto de partida donde tener por lo menos propósito de enmienda. Debería de haber una tienda, digo yo que así como una farmacia especial, donde uno fuera con su receta y le despacharan unos sobrecitos de constancia, de manera que después del desayuno y después de la cena, nos tomásemos el contenido de uno de esos sobres. Y ya puestos, también podrían despacharnos sobrecitos de esperanza, y pastillitas para el buen humor… mire, póngame unas pastillas, sí, de esas verdes, las de la generosidad, que ando muy desasistido en ese punto, no vaya a darme otro ataque de egoísmo como el que me dio cuando arramblé hasta con lo que no era mío. Pero como no tenemos esas ayudas, me temo que vamos a cambiar poco o nada y bien irá si no empeoramos.