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No es nostalgia ni ganas de adornar las cosas, pero ante las incertidumbres que trae el nuevo año, me vienen a la memoria los días en los que algunos cambiamos Menorca por Barcelona para continuar estudiando. Eran los años 70 y no había más remedio que atravesar el ancho mar, si querías ir a la Universidad.

Unos años antes (1973), en el Instituto, nos enteramos de la muerte en accidente de tráfico del cantante Nino Bravo ("Al partir, un beso y una flor"). Puede que fuésemos románticos, en la acepción de "poner en un primer plano al individuo y sus sentimientos", pero como la muerte ajena siempre te despierta un poco, la verdad es que nos impresionó mucho aquella pérdida.

Ese mismo año, se produjo un robo en el "Kreditbanken" de Suecia. Después de tomar como rehenes a los ocupantes durante seis días, los ladrones se entregaron a la policía. El beso de una de las víctimas a uno de sus captores y la posterior defensa que hicieron los secuestrados de los asaltantes, dio lugar a lo que se conoce desde entonces como el "síndrome de Estocolmo". En España, murió en un atentado el presidente del Gobierno.

También durante 1973, concretamente el 4 de abril, se inauguró el complejo del "World Trade Center" de Nueva York, con sus imponentes torres gemelas. Eran todo un símbolo del poder financiero y político del imperio norteamericano. Ese poder que ahora, parece que se está desplazando hacia Oriente.

De 1977, ya en la gran ciudad, recuerdo los largos paseos por las Ramblas, el "Passeig de Gràcia" o el Barrio Gótico…las imponentes librerías y bibliotecas, donde perderse y encontrarse un rato. Subía caminando hasta lo alto de la montaña de Montjuïc, porque desde el castillo que hay arriba, se divisaba mejor el horizonte. Aires de cambio y de progreso se aproximaban por todas partes.

Los barcos en el puerto hablaban del regreso al hogar. Al amanecer, sobre cubierta, divisabas la costa y las bulliciosas gaviotas de graznidos estridentes. Una vez pasado el faro de Favaritx y el abrupto acantilado de La Mola, la nave iba adentrándose en la relajante y extensa bahía. Sobre aquellos viejos muelles, poblados por curtidos pescadores y estibadores, aguardaban familiares y amigos.

Bueno, para la gente que vivió todo aquello fueron momentos de enorme incertidumbre. Pero, ¿acaso hay alguno que no lo sea? ¿Puede alguien imaginar con certeza lo que nos deparará el futuro?

Desde Montjuïc, la panorámica de la ciudad era demasiado para un joven menorquín, acostumbrado a una población mucho más abarcable. Los viejos esquemas se estaban tambaleando mientras me preguntaba lo que iba a pasar.

Una pregunta que nunca cambia ni desaparece. Porque el futuro siempre tendrá forma de pregunta; el presente, de ecuación; y la respuesta, de historia.