Septiembre de 1860. Paseo de la Alameda. Embarcaciones empavesadas esperando acompañar a la reina Isabel II a la fortaleza de La Mola - Archivo M. Caules

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He de reconocerlo, y con el reconocimiento hacer públicamente un 'mea culpa', lo mío ha sido un fallo de padre y muy señor mío. He fet un disbarat com unes cases. ¿Cuando se ha visto empezar la casa por el tejado? Precisamente esto ha sido lo que hice, hablar de la reina Isabel II, su consorte, hijos y séquito. Iniciándome con la visita a la Fortaleza de La Mola, audiencias, paseos con bote i viva la pepa. Cuando lo suyo era iniciarme en mi intento de cronista gracias a infinidad de papeleo antiguo, periódicos y revistas. Cómo llegó a la isla e intentar descifrar paso a paso.

Es fácil imaginar cómo se encontraba nuestro puerto de Mahón. Más de doscientas embarcaciones entre botes, falúas que llevaban izadas la bandera nacional, y un gallardete con los mismos colores. Cruzando por la rada al paso de los vapores Menorca y Mahonés que habían levantado anclas saliendo al encuentro de SS.MM. y desde la punta de Cala Figuera hasta el muelle de la Alameda, miradores, rampas, alturas y muelles, todos repletos con un mismo deseo aplaudir a sus majestades, mientras su mirar se dirigía constantemente hacia la Atalaya. Mientras se inició la entrada de los buques que, se suponía, escoltaban a la reina Isabel. Cuando la realidad era bien distinta, por culta del mal tiempo no fue así.

Algo sucedió que no estaba previsto, el viento fuerte de proa siempre creciente y la gruesa mar de levante, obligaron al buque real a dirigirse al puerto de Ciudadela.
Desembarcando la Real familia, pasando a ocupar la magnifica casa del señor conde de Torre Saura, a continuación dieron un agradable paseo por la bella ciudad y sus alrededores, en el coche tirado por caballos del señor don Jaime Albertí, Gobernador de la Plaza.

A las ocho de la mañana del día siguiente sus altezas recibieron a las señoras y caballeros ciudadelanos, a continuación pasaron al convento de Santa Clara, donde oyeron misa y acto seguido entraron en el convento para saludar a las religiosas que no se'n podien donar raó.

A las diez, la comitiva emprendió la marcha hacia Mahón. Mientras los ciudadelanos que habían optado por no moverse de Ciudadela, esperando que la reina los iría a visitar, daban gracias a Dios por tal decisión, el azar hizo una jugarreta, siendo ellos los primeros en saludar a su soberana, desde lo alto de las murallas y alrededores la vitorearon, acompañándola doce payeses con sus trajes de ceremonia.

Serían las doce cuando entraron en Es Mercadal, recibidos con idéntico entusiasmo. A la una se pararon en Alayor cuyos habitantes los esperaban en el camino en una lujosa tienda de damasco y terciopelo donde les habían preparado un abundante refresco. La reina se dignó tomar un vaso de agua fresca y algunas frutas que suplicaron aceptasen los vecinos, partiendo hacia Mahón, llegando a las tres de la tarde.

Al recordar aquella jornada, plagada de equívocos, repito… al recordar que el coche de SS.MM. y AA. llegó solo al pie de la Cuesta Nueva, adelantándose cuatro millas a los otros coches de la comitiva, y atravesando los caminos de Menorca, sin batidores, sin ninguna clase de escolta. El motivo de no haberse encontrado reunidas en el pie de la Cuesta Nueva las corporaciones y demás personas invitadas para el recibimiento de sus majestades, fue por una equivocación del vigía apostado en las siete millas. Al ver pasar un coche solo, creyó que se habría adelantado para notificar la próxima llegada del coche real, y así aguardó a hacer la señal convenida, cuando divisó los restantes y se hallaba S.M. ya a las tres millas. Por esta razón el cortejo solo pudo organizarse debidamente a la salida de la reina del templo. Pero antes de continuar con ello es preciso, relate su entrada a solas en Mahón.

Al llegar a la plaza de san Francisco Pla des Monestir, un grupo de ninfas dirigidas con gran acierto por el comisionado nombrado por el Ayuntamiento y compuesto de veinticuatro niñas, preciosas todas ellas, vestidas de blanco al igual que la guirnalda que ceñía sus cabezas. Desde un tablado levantado a propósito en la misma plaza soltaron palomas, arrojaron poesías y flores, arrojándole cantidad de flores naturales, mientras se dirigían al palacio (cas general) colocándose en la escalera principal donde tuvieron el alto honor de saludar a SS.MM. quienes se dignaron concederles una acogida dándoles a besar su mano.

A la mañana siguiente, fueron recibidas por S.M. en corte las señoras, siéndolo después las Corporaciones, Autoridades, Cuerpo consular. Militar, y un gran número de personas a quienes se les dio este honor.
Acompañaban a nuestro Ayuntamiento las comisiones de todos los demás ayuntamientos de la isla.

Sobre la una se dirigió a visitar los buques de la escuadra y embarcándose en el sitio construido expresamente para la ocasión en el muelle de la Alameda, ocupó la falúa que la ciudad de Mahón había destinado al servicio de la Real familia. El embarcadero que el Ayuntamiento mandó construir para tal ocasión reunía comodidad, elegancia, riqueza y buen gusto. Un muelle de madera cubierto por un paño azul con franja carmesí se adelantaba desde el muelle unos 16 pies, y en los ángulos sobre elegantes pedestales, estaban colocadas macetas con flores naturales. Una gradería de seis escalones cubierta de grana y paño blanco servía para subir al andén sobre el cual se levantaba una marquesina de tres cuerpos siendo el del centro mayor que los laterales etc.
S.M. Visitó uno por uno todos los buques y a las dos y media pasó a la fortaleza donde se dignó admitir el obsequio del suntuoso y magnífico refresco que tenía preparado el Exc. Sr. General Gobernador (sic) Y que semanas pasadas ya relaté.

El Excmo. Señor capitán general en la misma tarde que debió llegar la reina, pasó a visitar el Hospital Militar, el repuesto de víveres del Lazareto y la provisión de utensilios. Todas estas dependencias merecieron particulares elogios de su majestad. (Esto desmonta la tesis que algunos mantenían que la soberana había visitado estas dos islas de nuestro puerto) No hi va anar perquè no va tenir temps.

Lo que sí debemos anotar y tomar buena nota, es de lo publicado por la Gaceta: La reina Isabel II el rey Francisco de Paula, hijo y servidumbre, se alojó en la casa de D. Spiridón Ládico del cual estas semanas pasadas tantos datos he dado a conocer con motivo de La Minerva y que ignoraba fuese propietario del caserón situado en la calle de San Cristóbal, junto el palacio del Gobernador, frente la calle del Rosario.

Debo añadir, que no tengo claro dónde se alojó, según el Diario de Menorca con varios días de diferencia, los sitúan en la casa nº. 14 de Ládico en la plaza Príncipe, esquina con la del Castillo, donde los de mi edad situamos en la planta baja la barbería del señor Orestes Petrus e hijos, en el piso superior antes porxus Juan hernández Mora y su esposa y por último el notario Maceda e hijos tan querido y apreciado por cuantos le tratamos. En aquella casa pernoctó y pasó los días que estuvieron en la isla. Desde el balcón su majestad escuchó las dos bandas militares más importantes de la Isla.

La Banda Militar Valencia, le ofreció.- Impresiones de Ausona, sinfonía por D. José Piqué, Miserere de la ópera el Trovador, Suspiros de un isleño (vals de concierto) Las Ninfas del Ter (rigodón por don José Piqué).

La Banda Militar de Burgos, interpretó, sinfonía de la ópera Los Diamantes de la Corona, introducciones y brindis de la ópera La Traviata, La Graciosa polca mazurca. Los Mosqueteros, tanda de rigodonos, El capuchón, vals jaleado. La reina agradecida a los músicos que la deleitaron durante varias horas los obsequió con cajitas de muy buenos cigarros, ya que su deber les obligaba a no aceptar un generoso regalo pecuario.
En la misma noche la reina recibió a los señores jefes y oficiales de los cuerpos de la guarnición y demás corporación militar de la plaza.

A las siete de la mañana del día siguiente, visitó las tropas del regimiento de Valencia enfrente del cuartel de la Explanada, recibió después a los señores oficiales de la fragata de guerra holandesa Evertsen que pasaron a visitarla, dirigiéndose luego a Villa Carlos.