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Las elecciones se celebrarán el cuarto domingo de mayo, pero hace varias semanas que se ha puesto en marcha el circo electoral con la difusión de candidatos, partidos y coaliciones que preparan su concurso. La convocatoria llega en un momento en el que la madurez del sistema, la pérdida de prestigio de la actividad política y la grave situación de crisis restan interés ciudadano hacia la pasarela de aspirantes y la liturgia de promesas y sensaciones que les acompañan. Ahora, la indiferencia ocupa el espacio de lo que tres décadas atrás despertaba entusiasmo y movía a la participación; en tales circunstancias, la recuperación de la credibilidad y el interés de los votantes no tanto por una opción concreta sino por el proceso en sí constituye el reto común y prioritario de todas las siglas. La laguna de credibilidad que se ha ido formando resta fortaleza a un modo de gobierno que no se entiende sin la expresión ciudadana a través de la participación, en primer lugar, en las urnas y, a continuación, mediante otras vías que, ciertamente, son escasas por falta de interés de quien una vez alcanzado el cargo debería promoverlo. Ajena a estas reflexiones, la precampaña se ha puesto en marcha con la inercia habitual de reproches cruzados.