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Perdura en el ámbito político el debate sobre la ilegalización de la última marca electoral abertzale, las asociaciones de víctimas del terrorismo expresan su indignación con voz multitudinaria por las calles de Madrid y se consolida la sensación de que el final de ETA está próximo. Este es el objetivo deseado por todos y en el mismo se ha trabajado desde todas las vertientes posibles durante las cinco décadas de sangre y horror que dura la pesadilla terrorista. A estas alturas ya no cabe confusión entre la vía democrática, abierta y generosa con cuantos defienden sus principios, y el camino de la coerción violenta, hay experiencia acumulada sobre los vericuetos legales que se han abierto entre ambos que obligan a ser más estrictos sin menoscabar por ello las garantías de participación de las ideas, todas salvo aquellas que, como dice la ley, no condenen la violencia. La sociedad ha dado ejemplares pruebas de madurez y su capacidad de sufrimiento alcanza el límite en el abuso de esas rendijas. La palabra que se apoya de forma tácita o expresa en las armas pierde su legitimidad e introduce un desequilibrio insoportable en el diálogo político, la limpieza y claridad ideológica han de marcar el criterio.