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Los primeros brotes verdes -en su sentido estricto- anuncian en tu barrio la llegada de la primavera. La puntual aparición de candidatos, la de una nueva campaña electoral. ¿A qué vienen? -se pregunta más de uno-. ¿Por qué ahora, tras la última vez, tras mil cuatrocientos cincuenta y nueve días? ¿Por qué ahora, precisamente ahora, entran en vuestras carnicerías, en vuestros bares, en vuestras librerías…? ¿Por qué vuestros problemas, súbitamente, les han dejado de ser ajenos? ¿Por qué os sonríen? ¿Por qué sólo cada ciento noventa y dos semanas? ¿A cuento de qué esa mano tendida después de treinta y cinco mil cuarenta horas o, lo que es lo mismo, tras dos millones ciento dos mil cuatrocientos minutos de ausencia? Y pese a que huele a hipocresía (difícil de negar) lo siguen haciendo cada lustro, menos 365 días. Los candidatos (únicamente salvarías a los neófitos) cuando irrumpen en tu calle incluso te saludan. Luego -ya se sabe- dejarán de hacerlo. Como esa vecina a la que le duele el hígado y está siempre de mala leche… Esa que, tras ignorarte sistemáticamente, se muda, un principio de curso, en la más cordial de toda la zona porque, casualmente, su hijo es, ahora, alumno tuyo… Los candidatos, en tu calle, besan niños. Regalan lápices. Te/os inundan con folletos carísimos a todo color prometiéndote lo que ya te prometieron, lo mismo… Lo que te prometerán mañana. Y, al hacerlo, esgrimen sonrisa de dentífrico. Parpadean y sudan exclusivamente los novatos, los no curtidos, aún, cuando, tomándote por iluso, te hablan de lo que, de antemano, no piensan o no sabrán cumplir. Algunas testas cabizbajas -pocas- denotan, todavía, un ápice de dignidad… Su intromisión en tu barrio, por otra parte, no es casual. Los candidatos siguen hoja de ruta dictada… "Hoy toca Avenida M" -les espetaron-. Como tampoco es, su paseo, triunfal… Cuando concluye, los candidatos se lavan las manos con papelitos de esos que huelen a gloria y con el que borran el sudor de tanta mano dada… En la calle, por ellos eternamente "intransitada", entran ignorantes y salen ignorantes. Porque se requiere tiempo -y caridad y preocupación auténticas- para saber que en ese local los empleados son de quita y pon… O que ese hombre que ha envejecido a golpes de impuestos está a punto de cerrar su negocio secularmente familiar -y su vida- tras décadas de trabajo honesto… O que ese viudo con una jubilación de mierda le reza diariamente a Dios para rogarle larga vida. Al hacerlo, mira a su hijo con síndrome de Down… "¿Qué será de él?" es su gemido, iterado, en las noches nunca apacibles y de difícil aurora. Puede que los candidatos pasen a su lado, también. Al lado de esa hija única que cuida a su madre con una demencia senil y que sigue esperando, como agua de mayo, esa ayuda a la dependencia que nunca acaba de llegar, mientras le duele lo que le sucedió a ese otro: que cuando recibió la ayuda, su padre llevaba ya dos años muerto… En la espera, la hija única pasea rara vez por tu calle, arrastrando sus pies, con su delgadez a cuestas y con su insomnio por montera…

Ahora los ves, de nuevo. Los candidatos interrogan a una madre con niño. Roig también los ve. Muchos los ven. Compartís todos las mismas preguntas. ¿Qué saben -qué sabrán- de esa calle que nunca transitaron, que nunca palparon, que nunca acariciaron? ¿Qué saben -qué sabrán- realmente de tantas calles, de tantas casas, de tantos seres de carne y hueso? Tal vez, sólo, que los vecinos huelen, hoy, a papeleta…O que el barrio X es el que se corresponde con la chincheta roja en el mapa estratégico en la sede de su partido…

¿Qué les preocupa? Probablemente que se les acaben los bolis o los globos o los niños a quienes besar o que, en acto de inesperada honestidad, enrojezcan sus mejillas…

No son, tampoco, Gary Cooper. Por eso, cuando se han adentrado en tu calle, no lo han hecho solos. El montaje escénico está cuidado. Dos ayudantes recogen, con esmero y grandes sonrisas, sugerencias y propuestas del vecindario…

- ¿Las tendrán en cuenta? -te pregunta Roig-.
Callas.

Probable y finalmente, saciadas las urnas, se olvidarán de tu calle. De tantas calles. De tantas chinchetas de colores. Ya no besarán niños. Ni irán por ahí dando la mano. No necesitarán pañuelos perfumados. Pero seguirán, probablemente, faltando a la palabra dada… Y no volverán a transitar vuestro hábitat hasta que, nuevamente, hayan transcurrido cuatro años más, mil cuatrocientos sesenta días, treinta y cinco mil cuarenta horas… Esas treinta y cinco mil cuarenta horas en las que alguien seguirá esperando esa ayuda a la dependencia; esas en las que alguien le continuará rezando a Dios mientras mira de soslayo a su hijo con síndrome de Down; esas en las que ya nadie abrirá el negocio secular al haberse convertido su dueño en el parado cinco millones; esas en las que los empleados del local seguirán siendo de quita y pon… Esas, las mismas horas, en las que los ciudadanos habrán dejado de interesar porque habrán dejado de oler a papeleta…