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Desde que llegó a mi conocimiento (gracias a que este diario tuvo en su día la amabilidad de informarnos de ello) que Tuni Allès dedica ahora su tiempo a desayunar tranquilamente con su familia y a ocuparse de sus propios asuntos, he sentido un cierto alivio en el sentido de que uno de los flancos desde los que se perjudicaba con más eficacia a mis intereses como residente en esta maravillosa isla parece desactivado indefinidamente. Paralelamente, otros flancos tradicionalmente hostiles pasan ahora por un periodo de actividad caracterizado por el perfil bajo, debido sin duda a las fechas en que estamos. Sumados estos factores, el resultado es un estado de cierta placidez emocional que me insta a abrir una tregua en mi desigual lucha contra los elementos.

En definitiva, para ser breve: quisiera aprovechar esta bonanza (estructural en algún caso y coyuntural en otros) para promocionarme en mi faceta iné-dita como escritor de libros de autoayuda. A tal efecto informo al personal receptivo a tales despliegues filosóficos de que estoy escribiendo un libro que se titulará "Cómo ser un perdedor (digno y sostenible)", "How to be a looser" en su versión para el mundo anglosajón. Intento en dicho ensayo ayudar a los perdedores a reconocer y apreciar su condición, a comprender las ventajas que acarrea pertenecer a dicho grupo y a mantener siempre y de manera inequívoca dentro de su calidad de perdedores la dignidad, amén de la sostenibilidad (un perdedor insostenible muere). En este contexto dedico un capítulo a desaconsejar a los perdedores la práctica del fantasmeo. Transcribo ahora sin más preámbulos mis conclusiones al efecto, y las ofrezco gratuitamente, sin que tengan la necesidad de practicar descargas ilegales.

"Fantasmas y perdedores"
Ser un perdedor no significa de ninguna manera ser un cretino. Por otra parte, para ser un perdedor digno y orgulloso de sí mismo no hay que hacer esfuerzo alguno, pero si evitar ciertos comportamientos y actitudes, que además de ser engorrosas y consumir innecesariamente energía, conducen al ridículo.

En orden a evitar una de las desviaciones más comunes y contraproducentes contra el núcleo duro de nuestro plan general, se debe luchar eficazmente contra la tentación (extrañamente muy arraigada) de caer en el fantasmeo. Un fantasma pierde ingentes cantidades de tiempo en intentar convencer a los demás de que tiene lo que no tiene, que sabe lo que no sabe, que es apreciado por quien no es apreciado, que disfruta de lo que no disfruta y en definitiva que es lo que no es.

Todo perdedor debe saber que un fantasma no engaña a casi nadie. Analicemos la casuística del asunto: pongámonos en la situación de un fantasma que intenta deslumbrar a otro fantasma. ¿Qué sucederá? Con toda probabilidad el segundo fantasma (receptor) le estará escuchando apenas con el rabillo del oído mientras construye en silencio sus propias fantasmadas, que estará ansioso de emitir y por tanto deseoso de que su interlocutor calle cuanto antes. Posiblemente perderá por momentos la paciencia e interrumpirá groseramente el discurso del fantasma emisor en el momento más inoportuno (cuando venía lo gordo). Por otra parte no creerá ni la mitad de las historias a las que a duras penas consiga prestar atención, sabedor por propia experiencia de lo fácil que es agrandar con la boca lo pequeño y crear con la imaginación lo inexistente.

En el caso (posible e incluso probable) de que el interlocutor no sea otro fantasma, y además (la probabilidad baja quizás un poco, pero no mucho) no sufra el estigma de la idiotez, sucederá casi con total seguridad que no dará crédito a las penosas exageraciones, los confusos ocultamientos y las alucinadas creaciones, y acabará sintiendo una mezcla de vergüenza ajena y desprecio, o piedad en el mejor de los casos.

Si por el contrario el fantasma emisor intenta adornar sus miserias ante un idiota, la satisfacción que sentirá al ver como cuaja su ficción, no será plena. Un idiota constituye un público desagradecido; en cierta manera le parecerá al fantasmón que está echando margaritas a los cerdos.

Comprobamos pues claramente que en todas las hipótesis el gasto energético ha sido en balde, incluso pernicioso. No conviene. Aceptemos por tanto como regla de oro el siguiente axioma: Un perdedor digno y sostenible debe evitar siempre la tentación de fantasmear. Tiempo habrá de inventar batallitas con los nietos, en el caso de que se consiga apartarlos por unos instantes de las consolas o el aparato que las substituya en el futuro.

Mientras llega ese momento tan enternecedor es mejor invertir la energía de que disponemos más en disfrutar que en documentar el disfrute y mucho menos en adornarlo con el fotoshop de la imaginación. No olvidemos que acelerar el motor del coche cuando éste se encuentra en punto muerto, produce ruido, humos y gasta gasolina, sin embargo el vehículo no avanza.