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La felicidad parece más inalcanzable que nunca, pero un día feliz puede tenerlo cualquiera. Tampoco es tan raro. A veces un hecho puntual, por diminuto y acientífico que parezca, es capaz de proporcionarnos luz y calor durante veinticuatro horas.

Un correo electrónico te recuerda que el dinero te permite comprar la mejor casa, pero no un hogar; relaciones sexuales, pero no amor; o el reloj más caro del mundo, pero que no podrás comprar el tiempo... ¡Hay tantas cosas gratuitas en esta vida que nos han regalado y que el dinero no puede pagar! Y tantos sueños destrozados prematuramente, de quienes llegaron a tenerlo todo –Michael Jackson, Amy Winehouse, Whitney Houston– menos, tal vez, eso que habitualmente nos mantiene con vida.

Robert Hugues, escribió un ensayo titulado: "La cultura de la queja. Algunas trifulcas norteamericanas" (1994). Habla de la tendencia a pensar que no tenemos la culpa de nada y a dársela a los demás o, en todo caso, a las circunstancias adversas. Eso de "no asumir responsabilidades" y mirar para otro lado, es algo que se ha convertido en demasiado normal por cotidiano ¿No les parece?

Hugues habla de los pleitos y sus indemnizaciones. Tan arraigados en EEUU, que hasta puedes parecer tonto si llegado el momento, no te aprovechas de ello. No es raro que en este mundo de locos, haga falta tener un buen abogado para no perder el juicio.

Hablando de quejas, existen dos males que, si los padeces, paralizan tu desarrollo y te impedirán alcanzar la madurez: son el infantilismo y el victimismo…

Querer atribuirse las prerrogativas de un niño o de una víctima sin serlo, es una costumbre bastante enfermiza. Quererlo todo o pedírselo a los demás con pataletas. No exigirse nada a sí mismo. No tener autocrítica. Reclamar protección y cuidados, al tiempo que se rechazan o eluden las obligaciones… hacerse pasar por víctima a la que no se puede criticar o a la que hay que dar apoyo incondicional, frente al enemigo exterior que tiene la culpa de todo. Actuando con la tiranía de un niño mimado o la inconsciencia de un hipocondríaco. Son perversiones sentimentales y egocéntricas, demasiado extendidas.

Procurar no quejarse en vano. Ser feliz con poca cosa. No esperarlo todo del exterior, de los demás o del gobierno… y exigirse un poco más a si mismo. En la proclamación de los derechos humanos se decía que "todos los hombres son iguales"… ¡Qué optimismo! Eran tiempos de gran confianza en nuestras posibilidades. Para algunos, la frase ha quedado reducida a "todos los políticos son iguales"… que no es exactamente lo mismo. Pero no hay que amargarse, porque si hay algo que necesitamos con urgencia, es gente que crea en la bondad y en las posibilidades de la raza humana. La buena política es hoy más necesaria que nunca. O seremos una raza en vías de abstención.

Ha llegado el principio del fin… de semana. Subes a un avión. La ilusión es una forma de felicidad anticipada, basada en lo que todavía no nos ha sucedido. Nuestra mente proyecta el futuro que nos gustaría vivir. Así que mientras dura el vuelo… tú ya estás en las nubes.