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El otro día repasando y ordenando cajas antiguas donde guardo correspondencia personal, documentos, recortes de prensa, etc. encontré un número antiguo de "Newsweek". Estuve suscrito a la revista americana varios años a principios de los ochenta. Al abrir cajas que no han sido abiertas desde hace mucho tiempo siempre me pregunto por qué he guardado tantas cosas. Y naturalmente cada una tiene su justificación. En el caso de "Newsweek" lo guardé porque había un interesante e ilustrativo artículo sobre la evolución de las relaciones entre hombres y mujeres en el mundo moderno. La evolución histórica de esa particular guerra de sexos es sorprendente. La humanidad ha progresado mucho más en este aspecto que en otros que alguien pudiera pensar que determinan mejor nuestra sociedad actual. Tecnología aparte, naturalmente.

No me refiero solo a la emancipación laboral de la mujer y a la libertad personal que le concedió la píldora (dos de los pilares básicos para entender a la mujer moderna) sino también, y quizás como consecuencia de aquellos, a la alteración de sus roles en la sociedad. Efectivamente, en la sociedad occidental y en poco más de treinta años la relación hombre-mujer ha sufrido una revolución ya sin retorno posible. Ésta es una de las diferencias culturales más abismales entre nuestro mundo y el de otras culturas ancladas todavía en el medievo que, paradójicamente, son tan caras a algunos autodenominados progresistas.

Si me permiten una curiosidad les confesaré que inicialmente yo pertenecí a una generación de auténticos calientes mentales. Sí, no lo ocultemos. No lo pretendamos disimular. La primera juventud de nuestra generación fue el resultado de una situación político social que marcaba e imponía sus propias reglas al margen de la naturaleza. La represión era el aperitivo de cada día. La imaginación convertía en héroes a pobres diablos. Tiempos de autoayuda con generosos lapsus de autogestión. En los inicios de los sesenta (en pleno franquismo) no era común tener experiencias sexuales antes del matrimonio o como mínimo antes de que se formalizara una relación sentimental estable. Casi no existía el "aquí te pillo, aquí te mato". Muchos ligues eran de boquilla. Mucha fanfarronería. Luego, los años centrales de aquella década se convirtieron en el "turning point" que convulsionaron las tradiciones establecidas. Pero por suerte algunos llegamos a tiempo. Sí, a mediados de esta década y, especialmente, a comienzos de los setenta, en los años predemocráticos, las cosas cambiaron de forma radical. Una vez escribí que en aquellos años meter un polvo era un acto "quasi" revolucionario. Un ataque al sistema. Una afirmación antifranquista. Una reproducción de los tiempos libertarios de los años treinta. De hecho el Mayo del 68 fue imitado en España, en su generalidad, solo en su vertiente de liberación sexual. Poco más quedó de aquella revolución burguesa con tintes inconformistas tipo James Dean ("Rebelde sin causa"). Eran los modos de una época.
Efectivamente las modas se basan en los modos de cada época. Las conforman y las definen. Todas las épocas son así recordadas por un estilo, una moda determinada. También existen modas de pensamiento o de comportamiento social.

Para poder conocer mejor la Menorca de hoy quizás nos tendríamos que preguntar qué moda y cuáles modos caracterizan actualmente a nuestra isla y a los menorquines. Quizás nos llevaríamos la sorpresa de descubrir que la Isla ha perdido personalidad, que se ha aligerado de modos propios para asumir modas ajenas. Quizás supiésemos que la Isla no está en su mejor momento histórico como sociedad identificable, quizás averiguaríamos que la pequeñez se ha instalado en una tierra que era abierta a todas las culturas para rebozarse en un puré aldeano que ha conllevado la pobreza que hoy sufrimos como sociedad moderna.

Nota
Haber dejado la educación en manos nacionalistas ha sido nefasto para el país. Ahora se recoge lo que se ha venido sembrando durante treinta años.