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Con la realidad podemos hacer dos cosas antagónicas: contemplarla o transformarla. La vida contemplativa se opone a la vida activa como Rubalcaba a Rajoy, aunque sea otro tipo de oposición.

Pensando, metemos la realidad en la cabeza; actuando, nos metemos de cabeza en la realidad. En ambos casos, podemos acertar o equivocarnos. Estar dentro o fuera de sí, son dos posibilidades extremas que nos permite la vida moderna. Bueno, no tan moderna: el ingenioso hidalgo de la Mancha sufría un exceso de imaginación delirante; mientras que el pícaro lazarillo de Tormes se buscaba la vida como buenamente podía, adaptándose a una realidad sin florituras. Unos se recluyen como eremitas, otros llevan un ritmo social frenético, que no les deja margen para reflexionar.

Los místicos se ensimisman y oyen la reconfortante voz divina en su interior. Los hay, en cambio, que encuentran a Dios a su alrededor, en el rostro del prójimo necesitado; los que no pueden creer sin obrar o luchar, para transformar una realidad cada vez más injusta e injustificable.

El activismo es un hacer por hacer, sin preguntarnos siquiera por el sentido de dicha acción. Impulsividad en estado puro La melancolía es un exceso de introspección sin resquicios, que no nos permite airear nuestros sentimientos. Puede resultar asfixiante. No poder salir de nosotros mismos, es como estar recluido e incomunicado en una prisión. No poder entrar en el interior de nuestra mente, parece una cruel forma de destierro.

Una cosa son los ensimismados que no dejan de mirarse el ombligo, los que no ven más allá de sus narices, los que apenas se comunican o se interesan por lo que está pasando a su alrededor… y otra, el fecundo ensimismamiento de novelistas, pintores, músicos, filósofos o matemáticos, pues gracias a él, podemos disfrutar de valiosas obras y de creaciones fascinantes.

Perdona, pero es que estaba en la luna…

No te preocupes, que yo vengo de Babia.

Cuando le damos excesivas vueltas a las cosas, nos sentimos paralizados. En el reino de la duda, nadie se atreve a tomar la iniciativa. Cuando lo que ocurre nos deja indiferentes, se nos nubla la vista e ignoramos los errores. Cada uno va a lo suyo... Pero, de repente, se encienden los focos, iluminando la desnuda realidad. Nos encontramos sobre el escenario y ya lo vemos todo claro. Ha llegado el momento de actuar.

Las luces nos muestran nítidamente la situación en la que estamos inmersos, queramos o no; el rostro elocuente y tenso de los actores; el guión único del que ya para siempre formaremos parte. Cuando llega el momento de la representación ineludible (cada uno en su papel)… es preciso responder sin evasivas.

Actuar trae consigo riesgo, pasión, incertidumbre, esfuerzo, compromiso. Notamos en nuestro interior, que ha llegado el fin del ensimismamiento.