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El viajero siempre ha procurado sacar de sus viajes el máximo provecho. Desde esa disciplina, no olvida nunca que es un empedernido, casi enfermizo coleccionista de libros de cocina, de los que, por cierto, hay ahora en el mercado una verdadera invasión, que obliga al coleccionista avisado, a ser extraordinariamente selectivo y mercar lo que realmente valga la pena.

Del reciente viaje por tierras andaluzas, creo que fue una mañana en Jerez o en el Puerto de Santa María, compramos dos libros: uno de ellos a pesar de tener nuestro cupo de capacidad sorpresiva holgadamente asistido, ya digo, aún así me sorprendió "Cómo cocinar los caracoles". 159 páginas de recetas apretadas para guisar caracoles. Apenas tenga ocasión, me meteré en la cocina para guisar unos "caracoles en salsa de ortigas". Otra receta la estimo de origen balear "caracoles con sobrassada".

El segundo libro que compremos aquella mañana en la misma librería, de la misma editorial, lleva por título "Cómo cocinar la caza". Sobre la gastronomía de la caza tengo varios tratados, algunos verdaderamente raros y otros verdaderamente magníficos. De esta última adquisición, destacaría la receta "Becada (cega) rellena" o "La becada trufada". Receta que tuve el placer de disfrutar hace unos tres años en un restaurante de la madrileña calle José Abascal.

Otro libro curioso, que sabía de su existencia pero que no tenía, es el de Persifal Ediciones. Son en síntesis, las trescientas recetas de Curnonsky, príncipe de los gastrónomos. Curiosas recetas, de los, valga la redundancia, más curiosos personajes. Por ejemplo, una receta de civet de conejo, del Dr. Eduard de Pomiane del Instituto Pasteur, o esta otra "Carne de caballo a la brasa" de André Héctor, jefe de cocineros del Brillat Savarin de París, o un "Rodaballo otre-dame", un verdadero plato de lujo, quizá del mejor cocinero del pasado siglo: Eduard Nignon (este cocinero falleció en 1955).

En definitiva, a lo tonto lo bailo, mi colección de libros gastronómicos ha aumentado de momento este verano, en 14 ejemplares más. Sí, ya sé, no me lo digan, estoy atacado del síndrome de Diógenes gastronómico literario. En puridad creo que mi mal va más lejos. No para solo en los libros de cocina, porque colecciono "algunas" cosas más. Aunque mi colección más estimada, es mi elegida, yo diría seleccionadísima colección de amigos y amigas.

Hoy por hoy cuando mi historia es ya más larga hacia atrás que pueda serlo hacia adelante, me he vuelto drásticamente selectivo, seguramente escarmentado por quienes se acercaron a mí fingiéndose amigos y luego resultaron ser verdaderas pirañas, aunque en su pecado llevan su penitencia. Sí, debe ser horrible, mirarse al espejo y sentir asco.