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Quién le iba a decir al artista menorquín Carlos Mascaró que le llegaría por un mecenazgo anónimo el encargo de llevar a cabo una copia de una obra maestra de Michelangelo Merisi, el universal maestro italiano, primer gran exponente de la pintura barroca, más conocido como Caravaggio, cuyo original, se conserva en Roma, en la Iglesia de San Luigi dei Francesi, Capilla Contarelli, cuadro conocido como San Mateo y el Ángel, trabajado al óleo sobre lienzo, de 296,5 x 195 cm.

Sin duda el mecenas al que tanto debemos agradecer que haya apostado su mecenazgo por el arte de la pintura sacra o religiosa, para dejar en su pueblo tan loable herencia, supo además elegir un maestro como Mascaró, en el cénit de su grandísimo potencial artístico. Autor consagrado. De fina sensibilidad y consolidada técnica, para resolver con absoluta fidelidad, cómo hacían los grandes pintores clásicos del barroco, los espacios tenebristas por oscuros y la maestría del dibujo, como tan plásticamente sabe hacer Carlos Mascaró en su obra, y que para esta copia estos conocimientos eran fundamentales.

El maestro de Ferreries, fiel a su meticulosidad, como primera medida viajó a Roma, para tomar apuntes de la obra de Caravaggio in situ. Con sus entrenadas retinas, enseguida captó la complejidad en la que había comprometido su palabra como persona y su firma como artista. Allí, solo, ante San Mateo y el Ángel, se dio cuenta cabal del desafío y el compromiso que terminaba de asumir, teniendo muy claras algunas premisas irrenunciables. Lo primero, fidelidad absoluta a la obra de Caravaggio, teniendo por sabido, que una copia no debe significar para nada clonar un cuadro. Para eso, si acaso, están las fotocopias. El verdadero reto de un trabajo de esta naturaleza, se hace exigente, porque precisamente una buena copia, además de esa fidelidad al original, debe mostrar la impronta, diríamos la personalidad artística, del pintor que ha llevado a cabo la copia. Una dualidad que, en términos pictóricos, asume por ese motivo un añadido más que resolver de los que tuvo el pintor de la obra original. Carlos Mascaró lo ha tenido presente durante los once meses que ha trabajado intensamente en su San Mateo y el Ángel, y puede, que aunque él no se diera cuenta, más de una vez, cuando el maestro de la pintura menorquina derrochaba paciencias y sabidurías para lograr la expresión de asombro y miedo en la cara de San Mateo al recoger al dictado de un ángel el primero y más completo de los Evangelios, Caravaggio complacido y sonriente, le guiñaba un ojo en señal de aprobación.

Mascaró una vez más ha viajado a Roma para cotejar el resultado de tantos meses de intenso trabajo, hasta cumplir con el encargo de pintar un dificilísimo Caravaggio, en el que ha dejado memoria para los siglos venideros de que es un virtuoso de la perspectiva, el escorzo y la luz. Una luz que desprende el Ángel, pero que no proviene de él, si no que llega desde un punto más allá del cuadro y se proyecta sobre la frente de San Mateo, que luego parece resbalar sobre el hombro izquierdo del Santo, deslizándose por la manga hacia puntos concretos de la túnica, sirviendo para acentuar los pliegues de la tela, con ese color tan propio en la obra de Michelangelo Merisi.

Sin duda, Mascaró en su costumbre erudita de sus composiciones artísticas, habrá estudiado en profundidad la azarosa vida del gran pintor al que iba a copiar una de sus obras más complejas. Creo estar cierto si afirmo que debió de trastocar el severo tiempo de los verbos para adentrarse en el sentir de quien le dio vida, alma y movimiento a este maravilloso cuadro.

Carlos Mascaró ha conseguido hacer dúctil esa dificultad donde tantos pintores fracasan del movimiento, para después poderse recrear en la belleza que transmite la verosimilitud anatómica y la lograda perspectiva en una obra donde ese concepto es tan limitado, y que logrado por Mascaró resulta admirable.

La mejor inversión de un mecenas inteligente, ha sido el encargo que le hace al gran pintor de Ferreries, que conlleva en su virtuosa ejecución algunos datos colaterales que estimo interesante destacar.

La obra en la que Mascaró ha invertido casi un año de su vida, está realizada sobre madera especial antihumedad, tratada concienzudamente con la técnica de los grandes maestros clásicos, pues ha tenido presente el autor, que cuando los años pasan, pesan, y que este cuadro, quedará expuesto sobre el muro de una iglesia, para poderse contemplar a lo largo de los siglos venideros. Los barnices que lleva son también especiales.

Creo que es importante destacar, que siguiendo las normas para realizar una buena copia, la obra de Carlos Mascaró, es inferior en sus medidas del cuadro original. Tal circunstancia es obligada para así evitar una posible suplantación de una obra por otra. Cosa factible cuando la copia (yo diría que es el caso) alcanza la perfección.

Si ciertamente, el original de Caravaggio arrastra tras de sí, curiosidades y anécdotas, esta copia realizada por el gran artista menorquín, también tiene esa aureola. El mecenas que en pleno siglo XXI, ha querido financiar y trasladar una obra clásica que tiene 412 años de antigüedad a nuestros días, solo manifestó una irrenunciable exigencia, que ésta fuera ejecutada por el pintor Carlos Mascaró.

La obra debe estar terminada para las próximas fiestas navideñas. En este trabajo, en contra de la costumbre del artista, por respetar al máximo el original, apreciarán ustedes que apenas hay veladuras, que en los óleos de este autor menorquín son una de sus señas de identidad.

En definitiva, una copia compleja dentro de la pintura más lograda de Caravaggio, que ha permitido hacer aflorar el conocimiento y el dominio que este artista atesora sobre los maestros del tenebrismo (de "tenebrare", oscurecer). Los claroscuros que luego cuando se domina el oficio como en la obra mascaroriana, los juegos de luces conseguidos son un bálsamo para el espíritu del espectador.

Para los que gustan del arte en esta espectacular copia, verán un Caravaggio que gracias a la depurada técnica de Mascaró, está en Menorca recién pintado, donde además el maestro de Ferreries, ha demostrado que el arte con mayúsculas, es y será siempre, tan intemporal como eterno, sin importar la fecha en que se realizó.