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Los numerosos casos de corrupción que se están investigando en Balears y el supino rechazo que los ciudadanos expresan hacia la clase política actual requieren, desde hace tiempo, una profunda renovación de caras, un relevo de verdad. Esto que les digo es una perogrullada y no es nuevo en absoluto. Es algo incluso asumido por la propia clase política. José Ramón Bauzá y Santiago Tadeo son dos ejemplos de esta renovación. Pero pese a ello, y no es una exclusiva del PP, la renovación de los partidos no ha sido completa, sino que la renovación, la regeneración, ha sido parcial y ha dejado en la segunda línea de fuego a una serie de personas que mantienen fuertes conexiones con un pasado marcado, sea justa o injustamente, por las sospechas de actitudes derrochadoras y negligentes, con jueces o no de por medio. Es increíble que a pesar de todo lo que está cayendo, aunque precisamente quizá sea a causa de ello, sigan aferrados al biberón de la cosa pública una larga lista de diputados, asesores, concejales, con más trayectoria política remunerada que en cualquier otro oficio ajeno a las siglas de su partido. No se puede tolerar que cuando la sociedad demanda cambios radicales, cuando se está produciendo una verdadera revolución en la manera de entender el papel de la administración pública, señores de pasado político voluminoso pero poco brillante continúen colándose en las listas de sus partidos con la suficiente astucia, poder y suerte como para seguir allí, de moción en moción, de propuesta estéril en propuesta estéril, de debate tonto en debate tonto. Algunos se ven de repente imputados y meten a su partido en un brete. Otros, pasan más desapercibidos. Son los profesionales de la partitocracia que tanto daño nos ha hecho.