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Les prometo que lo he probado todo. Les aseguro que me lo curro y no cejo en mi empeño. Puedo afirmar que lo he intentado de múltiples maneras, pero mi cajero automático sigue sin entenderme, es tozudo, frío y cabezón hasta decir basta.

Me acicalo antes de ir a verle, le toco con suavidad su pantalla táctil, respeto sus continuos anuncios publicitarios, no me quejo cuando está fuera de servicio (todos necesitamos descansar), intento escuchar con atención sus ruiditos electrónicos mientras lee mi tarjeta, sigo al pie de la letra las instrucciones que me da, he intentando aprender lenguaje binario porque sé que en ceros y unos él se encuentra más cómodo, me muestro comprensivo ante la presión que tiene en su trabajo por el hecho de estar vigilado por una cámara las veinticuatro horas del día, no le pongo mala cara cuando me cobra una comisión, pero a pesar de mis esfuerzos él sigue, cuadriculado y distante, sin entenderme.

Una vez le conté que cuando vi la película "Matrix" no sentí demasiada simpatía por Neo y compañía, que entendía que si el futuro de la humanidad era vivir bajo tierra y comer puré azul con una pinta vomitiva, prefería vivir en el mundo virtual que las máquinas habían creado, ni por ésas.

No hace mucho me enfadé con él, le amenacé con romper nuestra amistad y no volver a verle nunca más, le dije que había conocido la posibilidad de realizar mis trámites por internet y que ya no le necesitaba. Se pueden creer que ni siquiera se inmutó, que puso su pantalla en un blanco brillante, como una especie de desafío: "sabes la cantidad de veces que se cae la línea, sabes la cantidad de piratas informáticos que navegan por la red para vaciar tu cuenta. Tú mismo ".

Hace apenas unos días le volví a repetir que necesitaba sacar dinero y que lo que me daba no era suficiente. Los gastos son muchos: le hablé del alquiler, del recibo de la luz, del dentista de los niños, del precio de la gasolina, de lo que cuesta llenar el carro de la compra. Intenté ablandarle haciendo mención a las fechas navideñas tan cercanas: "son días para que todo el mundo deje aflorar los buenos sentimientos, ¿no crees?", su pantalla ni siquiera pestañeo.

Me fui con los bolsillos vacíos y un cabreo monumental. Al llegar a casa mire mal al ordenador y le dije algún improperio en voz alta. Al cabo de un rato, algo más calmado, reflexioné sobre la situación y me apacigüé.

Al fin y al cabo, queridos lectores, los cajeros automáticos son meros interlocutores entre nosotros y nuestros bancos, por lo tanto no debemos sorprendernos por su falta de sensibilidad, están hechos, y programados, a imagen y semejanza de sus dueños.

Lo que les puedo asegurar es que hasta dentro de un mes no volveré a verle, y no solo porque se que nada me va a dar, sino porque no soportaría ver de nuevo en su impoluta pantalla el mensaje de Feliz Navidad.