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Una persona muy destacada por su santidad de vida y cuya causa de beatificación está ya muy avanzada es este franciscano que fue uno de los obispos más ilustres de la Argentina en el siglo XIX.

El 11 de mayo de 1826 en la localidad de Piedra Blanca de la provincia de Catamarca al norte de la Argentina, nacía el niño Mamerto, hijo de un soldado español de origen catalán llamado Santiago Esquiú y de su esposa María de las Nieves Medina. El pequeño fue de inmediato bautizado por un franciscano, amigo de la familia, el P. Francisco Cortés. Mamerto desde la infancia se sintió llamado a ingresar en la Orden de San Francisco. Desde pequeño su madre la había vestido con un hábito votivo de franciscano, pues ella deseaba vivamente que su hijo estuviera sano y se consagrara a Dios. Él mismo relataba así el ambiente de piedad y honradez que se respiraba en la familia: "Seis éramos los hijos venturosos de estos padres tiernos, que sin bienes de fortuna y en el humilde estado de labradores eran felices en la tranquilidad de su virtud y resignación, y en las dulzuras de una vida contraída (sic) exclusivamente a su familia y a Dios".

Cuando el niño contaba diez años de edad falleció su madre, la cual aconsejó a su esposo que llevara al niño al convento de los franciscanos de Catamarca, donde a los dieciséis años profesó como religioso, el día de San Buenaventura, 14 de julio de 1842 Muy pronto le dedicaron a la docencia, y en 1849 con la debida dispensa de edad fue ordenado sacerdote. Se distinguió en el ministerio de la predicación, aunque él confesaba que no le apetecía la oratoria elegante, sino el estilo evangélico en la enseñanza de la fe.

En 1853 predicó un sermón a fin de instruir al pueblo de Catamarca acerca de los deberes ciudadanos respecto de la Constitución Nacional de país. Esta recomendación, sin embargo, no le privaba de la libertad de espíritu reconociendo los fallos que albergada esa ley fundamental de Estado. Esa actitud suya bien ponderada le proporcionó fana y honores, viéndose obligado a ejercer diversos encargos de carácter político, que desempeñó sin ambición alguna de poder en beneficio de la sociedad, tanto en Bolivia como en Argentina. Deseoso de mayor perfección espiritual y para evitar que se le designara para ocupar un obispado, el P. Esquiú solicitó incorporarse a la Custodia franciscana de Tierra Santa.

Este cambio de situación ocurrió en 1876, llegando a Jerusalén el 27 de junio. Su estanca de unos dos años en los Santos Lugares la consideró él como una gracia muy singular y como la época más feliz de su vida. Por mandado de sus superiores hubo de regresar a la Argentina, llegando a Buenos Aires el 28 de mayo de 1878, donde le aguardaba un nuevo rumbo para su labor ministerial. Efectivamente, en septiembre de ese mismo año fue propuesto al Papa como obispo de la prestigiosa ciudad argentina de Córdoba. Su primer impulso fue renunciar a esa dignidad, pero el Delegado Apostólico de Su Santidad le hizo ver que la obediencia debida al Papa le obligaba a aceptar el nombramiento, siendo ordenado obispo el 12 de diciembre de 1880.

Su labor pastoral en Córdoba, aunque sólo duraría dos años estuvo colmada de méritos y llevada a cabo con una generosidad sin límites en todos los aspectos. Lo que llamó mucho la atención del pueblo fue su generosidad con los pobres a los que supo transmitir la fe a la vez que les prestaba toda la ayuda posible. "A todas horas estaba rodeado de pobres" aseguran los testigos. A un forastero que preguntaba por la residencia del obispo, se le dio esa indicación: "Recorra usted las calles de la ciudad y aquella casa en la que vea entrar o salir inmensa multitud de pobre y menesterosos, ésa es la casa del Obispo".

El segundo año de su pontificado lo pasó recorriendo todo el campo de su extensa diócesis. Le acompañaba su secretario un joven sacerdote oriundo de Menorca llamado Pedro Anglada Torrent, quien dejó preciosos testimonios acerca del obispo Fray Mamerto. Viajaba en tren entre la gente más pobre. Repartía entre ellos sus provisiones, alimentándose él con los recortes que sobraban. Les hablaba sobre la fe, y les entregaba catecismos para su instrucción religiosa. Los campesinos se quejaban de falta de lluvia para el campo. Él bajaba del tren en las estaciones, se arrodillaba en el suelo y rezaba con ellos. Comentaban que muchas veces una lluvia abundante seguía a sus súplicas.

El santo obispo moriría muy pronto en brazos de su secretario Pedro Anglada, quien le administró los últimos sacramentos. Esto ocurrió el 10 de enero de 1883 en el paraje casi desierto de una posta llamada el Pozo del Suncho. Los pobres lloraron amargamente la muerte de su prelado y bienhechor.

Su secretario don Pedro Anglada, a lo largo de su prolongada existencia nunca se olvidó del santo obispo de Córdoba. Este sacerdote menorquín había nacido en Ciutadella, la ciudad episcopal de Menorca, hacia el año 1839. Siendo seminarista en 1860 cuando visitó la isla san Antonio María Claret, según él recordaba muy complacido, le había asistido como paje. Siendo sacerdote pasó a Córdoba de la Argentina, donde permaneció por espacio de dieciséis años. En esta ciudad había una numerosa presencia de familias menorquinas. De regreso a Menorca.don Pedro Anglada fue beneficiado de la Catedral y coadjutor de la parroquia de San Francisco de Ciutadella, que fue fundada en 1877.

Don Pedro Anglada falleció el 21 de febrero de 1920. Unos años después el 14 de agosto de 1925, el canónigo don Gabriel Vila escribía en el diario "El Iris" unas notas biográficas sobre dicho sacerdote, en las que decía: "Muchas veces oímos hablar al Sr. Anglada y Torrent de Fray Mamerto Esquiú, siempre refiriendo anécdotas edificantes y rasgos de verdadero apostolado de aquel virtuosísimo Prelado. En 1871 fue designado éste para ocupar la silla arzobispal de Buenos Aires y renunció a tan alta dignidad, por creer en su modestia, que era indigno para el episcopado. Se refugió entonces en un pequeño lugar para entregarse a las tareas apostólicas, y allí fue descubierto por el brillo de sus relevantes dotes, que, a pesar de su tenaz resistencia, lleváronle a ocupar la Sede de Córdoba, convirtiendo su casa y sus bienes en patrimonio de los menesterosos".