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Mi amigo Rodel, a quien mis (hipotéticos) lectores más fieles ya deben conocer, sostiene que los llamados expertos en algún asunto suelen ser inopinadamente legos en la materia de la que se declaran profundos conocedores. Así, el caché de un experto en (verbigracia) la Unión Europea dependerá en gran medida de su adecuación al perfil que se espera de su status, esto es: le ayudará ser alto, vestir un buen traje con complementos discretos (excepto el reloj, que puede ser ostensiblemente suizo), pero elegantes. También le convendría llevar con naturalidad un portafolio de cuero en el que introducirá hojas en blanco si fuera necesario para conseguir que abulte lo justo: ni debe dar impresión de ir casi vacío ni mucho menos tener apariencia de odre desalentador. Tampoco debería descuidar su pose; la comunicación no verbal es primordial a la hora de hacer creíble a un experto: el andar debe ser seguro y enérgico; la postura en descanso relajada pero transmitiendo seguridad en si mismo; la voz clara y potente; el ritmo discursivo pausado pero sin baches que puedan poner en duda su pasmoso dominio del tema que trata. El contenido en fin de su dictamen carecerá de importancia a medio plazo, pues para cuando se demuestre su falta de foco o el error de sus profecías, la pelota ya estará en otros tejados lejanos o habrán quedado diluidas sus inexactitudes en el océano de las previsiones erradas. (Véanse a tal efecto las dedicadas a la adivinación de índices macroeconómicos o a previsiones sobre desempleo etc… del gobierno, del BCE, del FMI, de los bancos, de los empresarios; tan perfectamente inútiles todos ellas por su inexactitud tanto como por su volatilidad)

Espero que quede entendido que si el experto lo fuera en "África subsahariana" por poner otro ejemplo, su perfil idóneo se alejaría del detallado en el primer caso tratado, debiéndose acercar ahora a un estilo más Panama Jack en momentos "casual" y tirando a Ermenegildo Zegna en ruedas de prensa, entrevistas, o reuniones de cierto nivel.

Pero bueno, en realidad no pretendía hoy escribir una monografía sobre los expertos, tema sin duda interesante pero que confío sea abordado con mayor pericia por el profesor Rodel, sino que me gustaría pontificar en calidad de lego en las materias de turismo y economía. Si los expertos nos cuecen a perogrulladas con total desparpajo, no siendo yo tal, me siento libre de emitir modestamente un par de ellas:

Perogrullada 1. Para que el turista aporte dinero a la economía menorquina deben darse tres circunstancias simultaneas: que venga a Menorca, que tenga pasta, y que esté en disposición de gastarla en la isla.

Perogrullada2.-Para que venga a Menorca resulta altamente inconveniente que encuentre problemas con los vuelos que deben traerle, bien porque sean caros, bien porque sean escasos. Hago notar que el problema de los vuelos sigue sin resolverse pese a aparecer como trending topic en reuniones de los gestores, en los medios y en la calle. Hago notar así mismo que los que vienen en su propio barco encuentran amarres a precios de escándalo y descortésmente tienden a contarlo por ahí, además de evitar volver.

Con respecto a la segunda condición (que dispongan de dinero) poco podemos hacer para incrementar la solvencia de la población en general, de manera que es bueno intentar atraer a los que ya gozan de ese privilegio.

Finalmente, si una vez arribado el turista le colocamos una pulsera que le anima a restringir sus movimientos (y con su cuerpo va su cartera) a unos cientos de metros cuadrados donde embriagarse de los placeres que allí se le proporcionan sin cargo adicional, se da la circunstancia de que ese turista no produce el objetivo deseado, esto es, su conocimiento y consiguiente aprecio de la isla (cultura, gastronomía, naturaleza…) y el consumo de los bienes y servicios que aquí se ofrecen.

Perogrullada de regalo: Si cumplidos estos objetivos, y una vez circulando el turista , dispuesto a hacer uso desenfrenado de su visa oro encuentra ámbitos (como el llevant del puerto de Mahón sin ir más lejos) que no disponen de ningún hueco donde aparcar su vehículo, este espacio, así descuidado tenazmente por los sucesivos responsables del asunto observará el tránsito del turista con la misma desilusión que vivió aquel saleroso pueblo que comprobó compungido e incrédulo cómo pasaba de largo Marshal en la inolvidable película de Berlanga.