Fiestas de la Virgen de Gracia, Margarita Caules había cumplido un año, cabalgando el corcel de Sa Sínia des Moret, donde la habían acogido, sostenida por Josefa Sintes Villalonga. Foto Sturla (archivo Margarita Caules)

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Hubo un tiempo en que el 2 de septiembre y días venideros resultaban tristes, amargos, apagados, tanto, que a pesar de ser tan niña, los encontraba extraños y a la vez no entendía qué les sucedía a los mayores. Algo fuera de lo normal, su comportamiento era diferente. Lo chocante de la cosa, no preguntaba, escuchaba y callaba, siguiendo el consejo de mi maestra la hermana Julia de las Carmelitas Descalzas. En boca cerrada no entran moscas. Con el asco que me daban, principalmente por este tiempo que se las veía pegadas en el tirabuzón de grueso papel que colgaba desde el techo en la mayoría de casas. En la mía no. Mamá Teresa, decía que le daba mucho asco, lo que la llevaba a darle al artilugio con su mancha incorporada, tenía un pequeño depósito tapado con tapón de rosca donde se llenaba de flit, veneno, apestoso que ni las moscas, ni bicho alguno resistía en la estancia donde se había flitat.

Parte del buen resultado de aquel DDT lo tenían los caliqueños que fumaba el de la motora, entre una cosa y otra, no había bicho que resistiera la supervivencia.

Hoy el GOB lo hubiera denunciado a la protectora de animales, debió exterminar a infinidad de especies de insectos. Mesquinets, tan guapos com són.

Me recriminan mis mujeres, las del Talaiot de Trepucó, que no haya escrito en los primeros renglones el motivo del 2 de septiembre. Y claro que sí que voy a explicarlo, faltaría más y muy feliz que me siento de poderlo decir una vez más. ¡Qué digo feliz! mucho más, contentísima. Nací tal día como hoy en 1944, una noche muy calurosa, xafogosa por lo que siempre escuché.

El reloj que reposaba sobre el aparador, regalo des Gaspans el primer pescador que incorporó la nueva modalidad de pesca en la isla conocida per es bou. Padres de los hermanos Pepe, Juan, Gaspar, Ernesto, Avelino y Marieta, que siempre consideraron a Gori uno más de la familia y este les respondía de igual manera. El despertador, iba marcando las horas con más lentitud de lo habitual. A las doce de la noche de aquel sábado, el primero del mes de septiembre, la cama nupcial del joven matrimonio, desposados diez meses atrás, en la iglesia de san Francisco en es Born de Ciutadella , se encontraba preparado para que la novia diera a luz lo que durante nueve meses había llevado en sus entrañas.

La mayoría coincidía que el niño que llevaba sería molt gros. Su esposo, el mecánico de la motora, estaba seguro de que sería un Jaume, nombre que le correspondía, siguiendo el riguroso turno de abuelos paternos y maternos. Quién les iba a decir que no sería un Jaumet y que no iban a concebir ninguno más. El destino lo había previsto, en la última página del libro de la vida de Juanita Ameller Pons, se aproximaba su final.

A medida que fui creciendo, me enteré de infinidad de comentarios, entre ellos que me faltaba el abrazo y el beso de mi madre siempre tan anhelado, jamás nadie pudo darme contestación, ni mi abuela Juana sa migjornera que unos días antes de mi nacimiento vino desde la finca donde vivían Son Tari del término de Ciutadella, para cuidar de su hija y lo que traería la cigüeña desde París. Otros comentaron que llegué del cielo, pero la verdad y lo más creíble, es que bajé por la chimenea, aquell fumeral de ca meva, de ahí que siempre mi piel fuera tan negra como el propio carbón.

La noche se presentaba larga, el calor no se había apaciguado, las ventanas abiertas de par en par y la puerta de la calle también, intentando que corriera el fresco.

Porque soy madre, me hago cargo de lo que debieron representar aquellos momentos, en unos tiempos de tanta carencia y falta de adelantos, las parturientas se arriesgaban. Las infecciones solían atacarlas acabando con sus vidas. A ella no le faltó el ánimo y la ayuda de su doctora que quiso acompañarla en todo momento. La quería tanto. Doña María Llabrés, hermana de doña Catalina la farmacéutica de davall ses voltes, sa mare d'Ignasi Balada, donde mi madre había trabajado de criada a ca s'apoticària, uniéndolas un gran cariño y admiración.

Doña Nina siempre me repetía, tu madre no fue la típica criada convencional, me cuidaba a Ignasi, me preparaba la comida como nadie e incluso en momentos de apuro me ayudaba a despachar. Era espabilada, simpática, elegante y guapa a rabiar. Como si fuera hoy, al escuchar estas cosas me inundaba un fuerte calor y mi cabeza se llenaba de confusiones de por qué no la había conocido, ¿por qué se me había castigado sin piedad, qué mal había hecho yo?

Muchos años después supe que mientras yo daba los primeros balbuceos, en este mundo, el fuerte olor a mar, los sones de una cadena de velero echaba anclas frente can Bosch, una cuba vaciaba s'excusat de can Guingo apodo del señor Florit propietario de la Argentina que vivían en la plaza de san Roque, en la sala de fiestas El Trocadero su orquesta sonaba las melodías del momento, como me comentó es vell Saura, lo ultimo en música cuanto gravaban en discos la Orquesta Típica Víctor. El vals sin rumbo fijo, el tango Milonguero, la Casita de papel, etc.

Debe ser de ahí que me agrade tanto la música y el baile, fue un lujo nacer con sones de piano, clarinete y trombón, violín, trompeta, bandoneón y jazz band. Uno de los asistentes en el comedor de la casa por si se precisaba de sus servicios fue el sereno, Francisco Morro, siempre pendiente de mi barriada.

Tal vez por ello, entre otras muchas cosas más es mi aprecio a don Miguel Guardia, propietario del cabaret, su gesto hacia el dolor de mi familia, aquella noche del día cuatro, los instrumentos enmudecieron y el espectáculo no apareció sobre el entarimado del salón. Todo un detalle.

No desearía cansarles tan solo añadir que mientras el día cinco de aquel mismo mes las mujeres encalaban la fachada de su casa unas amb sa canya llarga otras haciendo los bajos mientras otras fregaban de rodillas la acera rematando los bordes con el característico trapo impregnado de oli de lli, pasó el cortejo fúnebre, la carroza engalanada con crespones negros especiales que tan solo se usaban cuando se consideraba de primera, siempre las categorías. 1ª, 2ª y 3ª. Los caballos enjaezados con sus plumas al aire mientras una ventolina del atardecer las hacia estremecer de dolor por su conducción como si quisieran resistirse. Mientras un largo cortejo les seguía, aquel joven viudo tenía tantísimas amistades, buena prueba de ello lo puedo testificar al día de hoy que continúan siéndolo de esta servidora, de toda clase de estamentos de dalt de tot fins baix de tot.

Mientras Mahón bullía en fiestas y la vida continuaba en la casa rotulada con el nº 25 de la calle de Santa Catalina, el mundo se había acabado, tuvieron que pasar años para volver a la normalidad y aceptar las fiestas de la Virgen de Gracia, la misma que bajo su manto cobijaba a mi madre. De ahí que mientras yo iba mostrando a todos mis manos decantando los pequeños dedos en muestra de los que iba cumpliendo significaban los que hacía que ella no se encontraba entre nosotros. Hoy lo comprendo en aquel tiempo era imposible.

Lo dice la canción. "Mientras el mundo gira, en el espacio infinito…" tantas vueltas ha dado desde aquel lejano 2 de septiembre de 1944, que hoy cumplo 69, ya sé que no son primaveras, se han convertido en otoños, pero me considero feliz, junto a mi familia que siempre me apoya, me arropa, incluso tal vez demasiado.

Hoy nada tiene que ver con aquel ayer, dando gracias a mi Dios por cuanto me ha dado, por las oportunidades que me ha concedido, por la fuerza recibida desde el mas allá, en este cielo al que cada vez que miro veo asomarse a los míos en la balconada celestial. La que me dio la vida, a mi padre, al que siempre he agradecido su manera de ser, de educarme y enseñarme a querer y perdonar las injusticias de los mortales. Por el mayor regalo que me hizo al casarse con la que fue mi madre, acunándome entre sus dulces brazos, velando y cuidando mis sueños, enseñándome a ser una mujer y los valores que esto conlleva. Y a mi esposo que jamás podré escribir porque me faltan palabras para darle las gracias, de su grandeza como marido, padre y abuelo, por quererme y ayudarme tanto, por estos hijos maravillosos, trabajadores, luchadores, siempre pendientes, incluso demasiado. A mi nieta Judith, la mayor bendición de la familia, su manera de ser callada, dulce que con tan solo un gesto y su mirada impregna mi corazón.

A cuantos lo deseen, ya saben donde estoy, serán bien recibidos, para brindar un nuevo año, no lo duden, me harán muy feliz.
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margarita.caules@gmail.com