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A las 10 de la noche llama al diario una profesora que asistió a la asamblea de docentes de Es Mercadal. Nos pide que no publiquemos cualquier foto en la que aparezca ella. Hay más de cien educadores reunidos. ¿Cómo vamos a descubrir de quién se trata si no la conocemos, ni nos dice su nombre? Las fotos son generales, con decenas de personas sentadas y con cara de preocupación, ¿Quizás por el color del jersey? Intuimos que es ella y respetamos su voluntad de no aparecer. Su curiosa petición puede responder a dos motivos: o bien no está de acuerdo con la actitud mayoritaria de oposición al Govern o sí la comparte y teme que si se la ve entre los críticos pueda sufrir algún tipo de represalia. En cualquier caso, su actitud es de temor, casi de miedo. Estos días, muchas personas del ámbito educativo que dan información y opinan en los medios prefieren mantener el anonimato. Otros muchos aparecen con nombres y apellidos, como toca.

El anonimato se está imponiendo. Lo más fácil es opinar sin dar la cara, estar en algo pero con un compromiso moderado. En internet, los comentarios con un alias, un 'nick' en jerga digital, son un virus que lo contamina casi todo porque permite el insulto enmascarado. Algo solo apto para cobardes.

Lo que más me preocupa es que gente sensata tenga miedo de dar su nombre para que figure al lado de su opinión. Eso limita el derecho a expresarse con libertad. Quien debería tener miedo es el poderoso que puede perjudicar a alguien por decir lo que piensa. Debería ser lo más normal en un sistema democrático, protector de los derechos colectivos e individuales. Si los temores de quienes se refugian en el anonimato tienen fundamento -quiero pensar que no- hay motivos para preocuparse.