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Vestida de Navidad la ciudad parecía menos triste, colgaban adornos por todas partes, iluminando la noche que ya llegaba muy pronto. Los escaparates reflejaban otros tiempos, llenos de luz, apagando realidad, acaparaban miradas, gente paseando y personas pasando, por delante o hacia dentro, comprando, algunos mirando, imaginando, sacudiéndose el frío, otros la cartera o los bolsillos. Los problemas eran los mismos, los afectados cada vez más, pero por un tiempo lograban olvidarlos. A ratos. Como una ráfaga de aire entrecortada, fugaz pero certera, que a casi todos llegaba con mayor o menor fuerza. A veces invadiendo de alegría espontánea, oriunda de la infancia, la compañía o la fantasía, en ocasiones, también, impregnando tristeza en los ojos, casi lágrimas, vinculadas a alguna ausencia o a una pérdida. La Navidad también era un montón de gente echando en falta personas, a un familiar, a un amigo, a un hermano o el calor de una madre, la mano de un hijo, a ese alguien que siempre falta en toda mesa, esa persona que ya no regresa. Familias que sonreían navidades ya pasadas, pero eran personas sonriendo, otra vez, aunque por antes, sonrisas que revivían esos tiempos y esos tiempos reavivando aquellas sonrisas. Otros lloraban, en soledad irremediable, rodeados del frío, granizo en los ojos, memoria nevando recuerdos, congelados, con ellos dentro. Almas de invierno. Hibernando en su sueño. Regalos de nostalgia.

Ataviada de navidad la ciudad se adentraba con sus adornos en las casas, revelando hogares, tapando deudas y grietas. Árboles encendidos latiendo colores, bolas rojas, azules, amarillas y verdes, figuras y belenes, coloreaban paredes y muebles, vestían y preparaban festividad, celebrando lo que venía. Sobre todo los más pequeños, o todavía niños, que correteaban bailando el distinto ritmo del tiempo en esas fechas, para ellos tan distintas, tan fácilmente alegres. Aunque tampoco les llegaba a todos esa suerte, demasiados sin, por desgracia y tantas partes. Para los niños debería ser navidad todo el año, ellos saben que la navidad son los padres. Y los padres saben que los reyes son los hijos. Felicidad compartida y contagiosa cuando se toca. Tristeza casi alegre si ya no alcanza. Por más que la solidaridad alargara los brazos siempre faltan manos. Manos vacías. Pidiendo. Sin nada. Luces de navidad por arriba, sombras del año por abajo. Todo estaba iluminado pero simulaban no ver nada.

Disfrazada todavía de Navidad la ciudad se despedía de ella. Los escaparates cambiaban sus luces y adornos por carteles de rebajas y ofertas, buscando recuperar la atención que perdían tras las fiestas. Las luces de las calles se iban descolgando indiferentes, y la noche que llegaba antes ahora llegaba más noche, sin tantas luces la ciudad encendía toda su miseria, otra vez el mundo era el mundo, y la realidad no era un sueño. Montones de cajas, menos que otras veces, esperaban en la calle al camión de la basura, que no llegaba. Cartones de regalos que ya se abrieron, mantas para el frío de un largo invierno.