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Dos semanas después de que el Sr. Mas, D. Artur, a bombo y platillo anunciara ex cathedra urbi et orbe, las dos preguntas que podrán contestar los catalanes en las urnas: «¿Quiere que Catalunya sea un estado? ¿Quiere que éste sea independiente?» Por decir se ha dicho ya de todo, incluso con rotundidad que semejante consulta no podrá realizarse, y con la misma rotundidad, que sí la van a llevar a cabo, porque a ver ¿cómo piensan impedirlo?

Se supone que quienes han tensado la cuerda entre Cataluña y España al límite de lo que había sido hasta ahora la convivencia, se habrán hecho mil preguntas, y entre ellas, no pocas veces ¿qué pasará si sale que no? A un tal Ibarretxe le salió que no en el Parlamento, y a raíz de aquél no, del lehendakari Ibarretxe nunca más se supo. Mas, es más listo, sus ciencias le vienen de cabeza ajena, y sabe lo que no se debe hacer en la industria egoísta del secesionismo, y por eso fía su utopía al personal. Sea pues la ciudadanía catalana la que decida. Lo que él quiere está claro y de Mas hacia fuera no hay duda. Otra cosa distinta es de Mas hacia dentro. Porque en caso de perder, no podrá ocultar su fracaso; fracaso que intentará soslayar diciendo que él ha puesto en las manos de los catalanes decidir su propio destino, y que un número de ellos que hay que tener muy en cuenta, han optado por la independencia pura y dura. Y a partir de ahí en ese camino sin retorno, no le quedará otra que seguir abonando las veces que haga falta, hasta obtener un día, la anhelada pero posiblemente inhóspita independencia.

Si finalmente se vota contraviniendo la Constitución y lo que haga falta, como decía antes, si se pierde, se culpará al Gobierno por las dificultades creadas, y una vez más, se pensará que se tiene derecho al victimismo. Si la consulta falla, a Mas no le queda más remedio que dimitir o convocar elecciones. Y si gana, pero no tiene validez la victoria al ser una consulta ilegal, con más motivo surgirá por doquier, hasta en el más alejado rincón de Cataluña, un iracundo sarpullido, un alimentado victimismo.

En cualquier caso, pase lo que pase, el problema catalán será muy caro, y para Mas, sin duda garantizado, pasar a la historia viva como un héroe si sabe manejar bien los hilos. Este hombre que se hizo hombre político a la vera de Jordi Pujol, puede incluso concluir con una Cataluña casi como está ahora, pero con prebendas muy por encima del resto de autonomías, y, aunque no se lo diga al resto de presidentes autonómicos, en su fuero interno pensará «el que no llora no mama». Cómo decía, el problema catalán saldrá caro, porque aunque se consiga dejar por el momento aparcada la cuestión secesionista, Cataluña recibirá presumiblemente notables mejoras, una vez más equivocadas, por ver si así durante un tiempo los ánimos separatistas se larva un poco. Cosa en esta ocasión nada fácil después de haber echado tanta leña al fuego.