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La vida en Menorca está marcada por dos reservas. La india es la que nos hace sentir prisioneros del territorio, donde se puede dar un paseo a caballo pero cada día es más difícil coger un avión, donde no se ve con buenos ojos la mejora de carreteras porque podría significar el progreso del reducto, con un sentimiento de que somos pocos pero buenos y de que en algún lugar hay un general Custer, al que hay que culpar de seguir manteniendo el sitio de Little Big Horn.

La otra es la Reserva de la Biosfera, lo que unos creen que es un título para enmarcar en un despacho oficial, otros aspiran a convertir en producto turístico y hay quienes confunden con la reserva india.

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Menorca ha consolidado su posición conservacionista. Casi nadie quiere urbanizar más. Y menos hacerlo en zonas vírgenes. Ahora el reto es conseguir que la sostenibilidad sea compatible con el ecologismo. El síntoma de que este debate no está cerrado es el informe del OBSAM que denuncia que la Isla carece de un modelo sostenible, que no se llevan a cabo políticas en esta línea. Es decir que adoptamos una actitud pasiva, de puro espectador, ante el paisaje, como si se tratara de una foto fija, cuando todo se mueve.

Tiene razón el conseller Villalonga cuando explica su sensación de ridículo, al tener un informe de un organismo que depende del Consell que en plena fiesta del 20 aniversario de la Reserva de la Biosfera cuestiona el buen estado de la misma. Es como si en el momento de brindar se dan cuenta de que en lugar de cava tienen sidra en la botella dorada.

Es una lástima que el aniversario no haya servido para suscitar acuerdos más amplios sobre el futuro que queremos para esta hermosa Isla. Es hora ya del armisticio entre los indios y el séptimo de caballería.