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La vida sin emociones sería una taronja sense suc. El aburrimiento cubriría la faz de la Tierra. La existencia se nos haría interminable, monótona, gris... previsible como un mitin. Somos tan racionales como emocionales. Si nos cuentan un chiste, ¿acaso no nos reímos? Si vemos chapuzas o corrupción, ¿no nos indignamos? Últimamente, nos hemos abonado a las inagotables emociones deportivas, que son un tipo de emoción para gente civilizada (unos más y otros menos) donde hay que enfrentarse y competir sin que llegue la sangre al río. Con fair play o juego limpio, como en los negocios y la política.

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El deporte es como la vida misma. Por eso es tan educativo. El afán de superación, la confrontación, la estrategia, el compañerismo, la victoria, la derrota... todas las experiencias que nos hacen humanos, juegan su papel en las actividades deportivas. Ahora se lleva la filosofía del Cholo Simeone, por encima, incluso, de la de Séneca o Epicuro. Algunas de sus reflexiones quedarán para la posteridad futbolística. Pero podemos aplicarlas a un sinfín de situaciones de la vida cotidiana que también requieren trabajo, sacrificio, fe y coraje. El entrenador argentino declaró una vez: «Soñar es para hinchas, nosotros vivimos de la realidad».

Ahí lo tienen. Todos necesitamos soñar alguna vez. Creer en lo imposible. Pero si jugamos nosotros, hay que poner los pies en el balón... y en el suelo.