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Vives/vivís en una sociedad enferma. Los síntomas te parecen claros. Y cada uno de los órganos afectados no anhela su curación. Tan sólo el agravamiento de los otros. No se intuye el suicidio que ese deseo conlleva. Se desconoce, incluso, el origen de la dolencia. «Un mal genético» –dirán-. «Está en vuestro ADN» –añadirán-. El brazo cercenado no busca su regeneración, sólo la amputación de la pierna y la pierna, a su vez, el paro cardiaco y… Los médicos incompetentes dejan que el mal se extienda mientras aspiran, imbuidos en eternas batallas de poder, a la dirección del centro hospitalario. El cáncer avanza y el hedor comienza a ser ya irresistible. Las vísceras buscan el remedio que se les niega hallando consuelo en populismos de radicales con sabor a curandero. Otros, en los milagros que proponen iluminados.

Vives/vivís en una sociedad enferma –lo repites-. Lo está aquella en la que, en los centros docentes, se niega el derecho a la abstención (los funcionarios huelen ya a siervos de la gleba), se impide el voto secreto y se exige un determinado resultado. Bajo una apariencia de democracia, el autoritarismo impone la repetición del sufragio hasta que se obtenga el fruto apetecido. Alguien cree ver en los patios escolares futuros paredones. Y, en las salas de profesores, celdas.

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Y está igualmente herida una comunidad cuando quien dirige un cargo público no tiene ni remota idea de lo que se trae entre manos. «¿Una adaptación curricular? ¿Un alumno con necesidades educativas especiales? ¿Qué cupo? ¿De qué ratio me está usted hablando?»… Partiendo de ahí, se cierran las puertas a la negociación. No porque ésta sea ardua, sino porque, para negociar, es preciso conocer previamente aquello de lo que se negocia… No es empecinamiento (puede que también); no es soberbia (puede que también); no es numantinismo (puede que también)… Es, básicamente, puro miedo a dejar en evidencia la ignorancia propia…

Ha sido duro el año académico que sin luces y muchas tinieblas se aleja sin futuro ni esperanza. Es duro ver a compañeros dirigiéndose a recoger un expediente sancionador absurdo; es duro soportar injustas generalizaciones; es dura la calumnia; es dura la utilización sectaria de las lenguas; es duro enfrentarte en un consejo escolar con una buena amiga; es duro vivir y trabajar bajo un ambiente enrarecido; es duro vender ejemplaridad cuando quien está obligado a darla, en función de su cargo, la rehúye; es duro educar en valores, en libertad, cuando éstos no anidan en la cúspide; es duro que os responsabilicen de un fracaso escolar cuando cada cuatro años los magos de turno efectúan una reforma educativa sin brújula, entorpeciendo el trabajo de los soldados de a pie… Son duras, muy duras, las huelgas de hambre…

Son duras muchas cosas. Demasiadas… Extrapolando resulta igualmente dolorosa vuestra radicalidad; vuestra amnesia; vuestra adicción a un conflicto civil que os saja el futuro; vuestra chapucería; vuestro cainismo; vuestra incapacidad para el pacto; vuestros extremismos…

Esa sociedad eternamente en la U.C.I. no halla doctor, ni pócima… Solo crees conocer, a estas alturas (desdramaticemos un poco), un buen remedio, una adecuada actitud, un ejemplo a seguir: Zaca. Tu compañero une a la calidad del dibujo una extraordinaria capacidad de análisis y de síntesis. A esas dos virtudes (¿será Zaca, después de todo, real?) añade una tercera: la crítica certera, pero, a la par, educada, no visceral. Y, finalmente, lo adoba todo con la frescura del humor. Ahí, tal vez, residiría todo: acertar con el mal que os aqueja y asumirlo desde la autocrítica constructiva y el respeto para enmendar la plana ajena, pero también la propia. Y aprender, finalmente, a trazar un mañana amable, donde se anule la radicalidad, mientras las relaciones sociales y el trabajo bien hecho, responsable, solidario, democrático, tolerante, elaboren una viñeta nueva… Esa que llevas aguardando desde hace, ya, cincuenta y siete años…