El viajero, en sus trashumancias naturalistas, tenía desde hace tiempo la intención de pasar un par de semanas en Kenia. Antes de iniciar el viaje tuvo que cumplir con un capítulo de vacunas y de una charla informativa, todo y que María y un servidor iban a Kenia por su cuenta, sin estar sujetos a ningún grupo de personas. Para empezar el viaje a Kenia hay que ir desde Barajas a París y luego, por decirlo de alguna forma, desandar lo andado pasando por encima de Italia hasta adentrarnos, ahora sí, en el continente africano, que hay que cruzar casi por completo, sobrevolando el Nilo y el desierto de Kalahari hasta llegar a Nairobi, la capital de Kenia, una ciudad que tiene medio millón de habitantes más que Madrid y un tráfico completamente caótico, pero con magníficos hoteles y una periferia convertida en gueto altamente peligrosa. Al día siguiente de llegar, el chófer- guía, que tenía contratado para siete safaris, nos recogería con su 4 x 4, un todoterreno pensado precisamente para safaris fotográficos, recogiéndonos a las siete de la mañana. Nos esperaban seis horas largas de carretera hasta desviarnos por una carretera de tierra, piedras y baches, como si el tiempo no hubiera pasado o como si acabara de pasar Livingstone. Por fin llegamos a la Reserva Nacional de Samburu, cruzando el Ecuador en Nanyuki. Al llegar a todos los lugares donde hemos pernoctado, nos recibían con una bandeja que contenía una toalla blanca para cada uno, húmeda, caliente y a veces ligeramente perfumada, para limpiarnos el polvo de las carreteras africanas, que en los safaris son de tierra, mucha piedra y mucho bache. Basta que les diga que después de los siete safaris que tenía contratados, me quedó el cuerpo lleno de golpes y hematomas.
Així mateix
Jambo!
04/07/14 0:00
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