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Hubo quien, huyendo de su propia muerte, partió hacia Damasco, sin saber que la cita, la última, se produciría, precisamente, en esa ciudad. «Nadie se muere en la víspera» –afirmó el Papa Francisco preguntado sobre si temía ser asesinado-. Simplemente ocurre. La prevención, la seguridad, la previsión son exigibles, pero, a pesar de todo, la muerte sigue aguardando, a veces, en Damasco. Crees que alguien a quien apenas has tratado –pero que juzgas como un buen hombre en su estricto sentido machadiano- asumió una culpa que, objetivada, no era suya. La partida es, frecuente e imperturbablemente, insoslayable… Y ese peso del que, desde aquí, quisieras fervientemente liberarlo, fue probablemente determinante en una decisión tan ejemplar como innecesaria… Chiqui debería saber –repites- que nadie se muere en la víspera y que no os fue dado el don de la divinidad. Que nada se controla, nunca, del todo y después de todo…

Posiblemente influyeron otros factores. Hay quien se excede en la culpa propia por una sensibilidad moral que dignifica. Hay quien, ajena a ella, ve, en la tragedia impensable, la oportunidad de acabar con el difícilmente abatible rival político por conductos ordinarios. En este sentido algunas exigencias y peticiones de dimisión te provocaron –lo sabes- malestar. Y ese malestar se ha ido extendiendo –también lo sabes- por una ciudad a la que amas con pasión… Tarde o temprano el efecto boomerang pondrá en evidencia a quien se prestó a ese juego, como pondrá en evidencia la estupidez de la jugada, al estar exenta de todo pálpito humano…

Desde la distancia, quien asumió el drama –Chiqui- te pareció siempre un político digno. Dignidad que se expandió a un consistorio hambriento de ella. Y fue el mismo que escribió algunas escenas inéditas en esa tragicomedia en la que se está convirtiendo el panorama nacional: defendió los intereses de su ciudad oponiéndose a la maquinaria todopoderosa de su partido, conocedor sabio de que, en la gestión municipal, la ideología es residual y lo que importa es el trabajo guiado por el amor a la tierra en la que se nace, en la que se vive, a la que se quiere o a la que se aprende a querer… Y dimitió…

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Esperas ahora que, mientras Chiqui asimila el bello contenido del relato de quien, inútilmente, intentó escapar de su destino, los que le asestaron una herida cruel, aquí sí prescindible, expongan públicamente qué hubieran hecho o qué harán para evitar en el futuro, con una seguridad del cien por cien, algún que otro drama… Cómo burlarán la presencia de la muerte en Damasco…

Puede que alguien, mañana, tropiece y caiga en una de vuestras aceras y otro alguien vocifere pidiendo el cese del alcalde porque una baldosa sobresalía del empedrado. Puede que, en una terraza, alguien sufra un infarto y la culpa sea del heladero. Que alguien sufra un ictus en un autobús y el responsable se identifique con el conductor por la brusquedad de su conducción… O puede que, en un Jaleo, un caballo resbale, desplomándose sobre un inocente y que la responsabilidad pertenezca a quien esparció la arena. Puede…

Pero, en política, no todo vale…

¿Y? Ahora te fijas en los rostros. Y en el inconmensurable poder del lenguaje gestual. Junto al dolor profundo de Chiqui, iterado, la frialdad de otros. ¿Y? Probablemente una mezcla de sentimientos y actitudes: admiración, serenidad, examen de conciencia, disculpas, consenso y futuro. Admiración hacia quien, no siendo Dios, asumió errores cuando menos cuestionables y optó por pagar. Serenidad para vivir un duelo desde la dignidad y la decencia humanas. Examen de conciencia por lo que, en una parte de la oposición, no debió sentirse, ni decirse, ni pedirse, unido a un posterior ruego de disculpas, esas que, a la postre, siempre dignifican, de ser sinceras. Y consenso para mejorar todo aquello que sea mejorable… Porque lo que urge, en el futuro, es que, a la cita de Damasco, no acuda nadie…