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Se sienten estafados. Y con razón. Perdidos. Les subimos al autobús de la vida y les prometimos asas firmes. Nos creyeron. Descubrieron, luego, que esas asas no estaban y, zarandeados por el trayecto, no supieron, a ciencia cierta, a qué agarrarse. Unos temen la caída. Otros, la han sufrido ya… Pero, de ese autocar, nadie puede apearse hasta la última, impredecible parada. Tampoco ellos.

Les hicimos elogio de la palabra dada. Ellos descubrieron que ni la escrita cuenta. Les hablamos de honradez y de honestidad. Y las buscan, sin encontrarlas, incluso allá donde debería ser más fácil hallarlas. Mantuvimos la tesis de que el trabajo dignificaba. Ahora se preguntan si, entre los que aguardan en las colas del paro, hay alguien que lleve ese nombre. Seguimos mintiendo: «¡Prepárate! ¡Estudia!» Faltaba, probablemente, un «¡Emigra!». Mantuvimos con ellos/as (nuestros hijos/as) largas conversaciones sobre la dignidad de la mujer... En los zocos de la carne, el ser humano, comercializado, se muda en pañuelo de papel de un único uso… Y eso es lo que ven. Les ponderamos la importancia de la familia. Y, pese a su querencia, contemplan ahora que la economía cruza, incluso, esos umbrales, dificultando su pervivencia. En el camino cayeron palabras como amor, respeto… No nos cortamos y, ya puestos, defendimos ante ellos la democracia, el diálogo, el valor del trabajo bien hecho, el derecho a la vida, la austeridad… Pero, ahora, la democracia se les asemeja distinta, muy distinta, a la por nosotros descrita, mientras por el aire -hoy controlado- resuena el estribillo de Lluís Llach: «No és això, companys, no és això/ pel que varen morir tantes flors,/ pel que vàrem plorar tants anhels,/ Potser cal ser valents, altre cop/ i dir no, amics meus, no és això». ¿Diálogo? ¿Trabajo bien hecho? ¿Derecho a la vida? ¿Austeridad? ¿Honradez? ¿Honestidad? ¿Dónde anidan? -nos preguntarán-.

Y hubo un día en que, nosotros mismos, cedimos a las mentiras de otros y se las transmitimos después a los hijos como tablas de una ley inmutable. Creímos en el dinero/préstamo rápido y en que, realmente, necesitábamos de la ostentación con la que herir al vecino para sentirnos -que no ser- alguien… Nadie tampoco nos dijo a nosotros que el dinero que fácil viene, fácil se va… Y se lo contamos. Y nuevamente nos creyeron. Ahora la vaca ha dejado de dar leche y a nosotros -y a ellos- os cuesta vivir así…

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Los ves, hoy, en sus mundos virtuales. Con sus móviles de última generación. Juntos y, a la vez, aislados. Absortos. Ajenos a cuanto les envuelve, a cuanto se les cuenta, a cuanto se les propone, a las verdades que, ante sus ojos, aún son más ficticias que las historias que devoran en su Iphone. Esas son sus asas. Las han creado ellos. Porque necesitaban sobrevivir, de alguna manera, en el recorrido. Es una manera sibilina, probablemente subliminal, de decirnos que ya no nos creen, que se sienten, sí, estafados. Que, como dije ya una vez, les preparamos para un mundo que dejó de existir…

Y, sin embargo, si pudiera lograr que se apartaran de tanta virtualidad, aunque solo fuera por un instante, les miraría a los ojos para decirles que lo que les propusimos era lo correcto (salvo lo de la ostentación y el dinero fácil); que era aquello, precisamente aquello, por lo que, después de todo, se ha de seguir luchando. Que no les estafamos. Que eran apoyos firmes que algunos malnacidos -¡tantos!- nos/les hurtaron y siguen hurtando. Y les reivindicaría las mismas cosas: la palabra dada, el esfuerzo, el estudio, la honradez, la honestidad, la democracia, la dignidad del ser humano…

Finalmente -y si nuestro crédito no estuviera ya del todo agotado- les enseñaría la alternativa: el vomitivo mundo de corrupción e insolidaridad que únicamente ellos podrán mañana cambiar… Luego, si quedara tiempo, les repetiría, hasta la saciedad, la misma idea, nuestra última verdad: «no os mentíamos, simplemente os queríamos…».