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Las enfermedades transmisibles crean pánico porque pueden llegar a convertir a tu vecino, a tu amigo, a tu pareja, a tu jefe en sospechosos. Llegarás a dudar a la hora de estrechar la mano. Los besos, con mascarilla. Y los funerales, ante pantalla de plasma, como si fuera una rueda de prensa profiláctica, porque parece que cuando el cuerpo del enfermo abandona la lucha es cuando el huésped es más peligroso. La auxiliar de enfermería Teresa Romero se ha contagiado del ébola porque trató a dos misioneros que llegaron enfermos de África. Existía ese riesgo por su trabajo y es lógico que se tomen medidas para que evitar contagios, pero creo que la alarma es exagerada y, en comparación, injusta. Basta consultar el atlas de las enfermedades transmisibles en todo el mundo.

500 millones de personas están enfermas de malaria. 1 millón muere al año y un 86 por ciento son niños. Casi todos en África y algunos países de Asia. La tuberculosis mató a 1,6 millones de personas el año pasado. Casi ninguna en Europa. El virus VIH-Sida afectará el año que viene a 60 millones, la gran mayoría en África. En España mueren por enfermedades transmisibles 24 personas por cada 100.000 habitantes, al año. En Sierra Leona son 1.042 personas.

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Lo siento, no pretendo estropearles la comida del domingo. El New York Times ha publicado una fotografía de Samuel Aranda, de dos niñas agonizando infectadas por ébola en el suelo de una sala de un hospital de Sierra Leona. Encontrarán la foto con facilidad en Google. Si ven esa imagen les aseguro que les costará borrarla de su mente.

Me temo que mientras nos vamos asustando compraremos trajes de máxima seguridad (1.500 solo en los hospitales de nuestra Comunidad Autónoma), medicamentos muy caros por una patente farmacéutica, y un día vacunas a millones, como las que se tiraron a la basura contra la Gripe A. Y quizás aumentará nuestro temor a encajar la mano con otro, o a darle un beso, especialmente si es negro y procede de África.