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Los menorquines tenemos una tendencia innata, como una marca genética, que nos lleva a llenar los supermercados los domingos y los días festivos. Es un fenómeno digno de estudio. Algunos creen que es algo relacionado con dos hábitos muy nuestros, el carácter familiar y el gusto por la buena comida. Lo primero hace que nos apetezca comer en casa y lo segundo nos mueve a montar una fiesta patronal en la cocina todos los fines de semana. Y como nos faltan ajos, vamos al súper el domingo y nos pasamos allí el tiempo de una etapa del Camí de Cavalls. Por eso, muchos restaurantes se nutren casi exclusivamente de los que no son de pura sangre local. Y por eso además, cierran los que no tienen clientes suficientes para esperar al próximo verano.

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Yo creo dos cosas. La primera es que seríamos más felices si los supermercados estuvieran cerrados los domingos. Eso nos animaría a hacer otras cosas más interesantes y a mover la economía de otra forma. Lo segundo es que estos tiempos modernos, con sus leyes y sus nuevos hábitos, hacen que sea imposible prohibir la actividad comercial cualquier día de la semana.

Ahora está a punto de darse una contradicción mayúscula. Los supermercados de Maó estarán abiertos todos los días del año, todos los domingos y fiestas de guardar que quieran. Mientras que en Ciutadella todo apunta a que cuando la secretaria y el alcalde del Ayuntamiento se pongan de acuerdo, la oposición decidirá que los súpers cierren los domingos. Una Isla tan pequeña con extremos tan distintos. Ni Ciutadella es la Habana ni Maó tiene una electricidad más hermosa que la del resto de pueblos. Aunque el sol salga por un lado y se ponga por el otro, los horarios comerciales debería ser los mismos. O podremos pensar que algún legislador liberal se ha equivocado con la norma.